viernes, diciembre 12, 2014

¿Qué diablos sucede adentro de la COP20?

Por Rocío Silva Santisteban
Al igual que ustedes, ultraocupados lectores, somos muchos los que no entendemos qué sucede adentro de la COP20. Por ejemplo, ¿por qué la presencia de las grandes empresas petroleras (Shell, Chevron, Texaco) es tan participativa?, ¿es auténtico el interés de estas empresas por reducir las emisiones de carbono y cabildear frente a los Estados?, ¿es cierto que la geoingeniería propone soluciones tecnológicas a la resistencia de los Estados miembros por reducir las emisiones?, ¿es cierto que en su presentación la Shell, por primera vez en años, estuvo de acuerdo con lo propuesto por el comité de científicos y plantearon como solución la CCS?, ¿qué diablos es la CCS-Carbon Capture and Storage?, ¿por qué le interesa tanto a la Shell?
Hay algo que sí debemos conocer con certeza como miembros de este planeta: quiénes son los responsables del cambio climático. Eso lo podemos contestar: las corporaciones, los Estados miembros, los funcionarios de Naciones Unidas y el sistema cuyo objetivo es, sobre todo, crecer infinitamente y depredar cuanto se pueda. Para contrarrestar las emisiones de carbono de los países super-industrializados hay varias corporaciones e instituciones que están buscando varias soluciones. Obviamente soluciones que no implican reducir la emisión de gases. Aquí solo mencionaré dos: la CCS y REDD.
La geoingeniería, que es un campo de la ingeniería cuyo objetivo es la manipulación del clima a gran escala con “efectos globales”, está investigando sobre varias propuestas para controlar las emisiones de carbono. Una de ellas es la CCS, es decir, capturar el dióxido de carbono del aire o cuando es extraído junto con el petróleo y almacenarlo debajo de la tierra. Este sistema, absolutamente caro, está siendo utilizado en Alemania y Australia, pero requiere de subvenciones de los Estados pues, económicamente, no es viable. Se puede producir una reducción del 90% de gases en el proceso de extracción del crudo, pero si la OPEP baja sus precios, la CCS es imposible. Al parecer eso es algo que se está negociando dentro de la COP20 porque, como dice la Shell, “el apoyo de los Estados es indispensable”.
Por otro lado, REDD (Reducing Eviction Deforastation & Destruction) es lo que el Minam ha propuesto como parte de la política del Estado peruano y no es otra cosa que el mercado de bonos de carbono. Se trata de convertir la función de “guardar el carbono” dejando de talar los bosques en un commodity (mercancía). Por lo tanto, que tenga precio. De esta manera, los Estados que calientan el clima con sus emisiones de CO2 compran el carbono fijo en nuestros bosques para “paliar” su depredación. Noruega, por ejemplo, ha firmado un convenio con el Perú por 300 millones de dólares dentro de este marco. El Perú se compromete a no deforestar.
¿Cuál es el problema? REDD permite que se sigan emitiendo gases en el norte, comprando carbono en el sur, esto es, un “permiso para contaminar pagando”. Todo sigue igual solo que el sur se gana alguito. Por otro lado, REDD podría poner en peligro la titulación y posesión de los bosques de parte de los pueblos indígenas porque se les prohíbe cazar, cultivar, hacer fuego, cocinar, etc. Como dice la institución Friends of the Earth “[REDD] se está desarrollando como un mecanismo que tiene el potencial de exacerbar la inequidad, produciendo grandes ganancias para las empresas y otros grandes inversionistas y generando pocos beneficios e incluso grandes desventajas para los Pueblos Originarios”.
Por eso, en buena cuenta, lo que se dialoga dentro de la COP20 es el capitalismo verde porque, como Midas, todo lo que toca lo convierte en mercancía.
Publicado en Kolumna Okupa de La República, martes 09/12/2014

¿Qué esperábamos y qué esperamos de la COP 20?
Por Carlos Monge
El Perú es anfitrión de la COP 20, el evento anual mundial sobre el estado del cambio climático y la lucha contra el calentamiento global. Miles de representantes de gobiernos y de organismos multilaterales, líderes empresariales y activistas de sociedad civil de todo el mundo, ya están llegando a Lima para participar oficialmente, para hacer lobby en los pasillos, o para presionar desde la calle y los medios de comunicación.
El Perú –como anfitrión de la COP 20- debería haber dado ejemplo de cómo se fortalecen las instituciones ambientales y como se asumen políticas firmes para mitigar nuestras emisiones de gases de efecto invernadero, para ayudar a los miles de afectados a adaptarse a las consecuencias del calentamiento global, y para proteger nuestros sumideros de carbono y nuestras fuentes de agua.
Lamentablemente, lo que tenemos para enseñar al mundo son cuatro paquetes de medidas que debilitan la institucionalidad ambiental para favorecer las inversiones privadas, una Estrategia Nacional ante el Cambio Climático que no tiene políticas ni metas vinculantes, un Plan Nacional de Diversificación Productiva que considera que las regulaciones ambientales son un sobrecosto que hay que eliminar, y normas y prácticas de criminalización de la protesta social cada vez más duras.
El Perú también debería haber liderado un reclamo de que los países más contaminadores de ayer y de hoy y que las corporaciones que lucran con la actual situación, acepten de una vez por todas la necesidad de acuerdos globales vinculantes para parar ya la emisión de gases de efecto invernadero.
Pero parece ser que el Gobierno del Perú lo que busca es más bien facilitar acuerdos a los que los países del norte y los emergentes y las corporaciones quieran llegar: metas vagas, acuerdos no vinculantes e impulso solamente a aquellas acciones de mitigación, compensación o adaptación que se puedan convertir en negocios corporativos en el mercado.
Y todo esto, por supuesto, en el marco de la continuidad de un modelo primario exportador sustentado en la extracción de recursos naturales (minerales, petróleo, gas) con grave riesgo para las fuentes de agua (páramos Andinos y cabeceras de cuenca) y para nuestro gran sumidero de carbono (la Amazonía).
Todo indica que el resultado de la COP 20 no será el que se necesita para que la COP 21 (Francia 2016) reemplace al fracasado Protocolo de Kyoto con acuerdos globales vinculantes que realmente logren parar el calentamiento global.
Aunque hay una esperanza: que la calle hable fuerte y claro, que decenas de miles marchen y griten y exijan. Solo así puede ser que esta COP 20 valga la pena.


No hay comentarios.: