Por Sociólogo: Avelino Zamora Lingán
“Sí actúas con moral y ética te mueres de
hambre”, es la rápida pero tóxica y perniciosa respuesta que hoy en día puede
dar cualquier ciudadano común y mortal, cuando en alguna conversación o
comentario cotidiano se trata sobre lo pernicioso, malo, inmoral, que algún
funcionario público, autoridad o gobernante se apropie del dinero del Estado,
el mismo que, en realidad, pertenece a todos y cada uno de los ciudadanos
comprendidos en el país. Pero, la controversia se evidencia mucho más cuando alguien
cuestiona la actitud que el poblador asume frente al latrocinio, vale decir su
complacencia, pasividad, silencio, tolerancia y hasta la solapada justificación
o complicidad de los actos de corrupción en las entidades públicas, llámese
éstas salud, educación, trabajo, militar, religiosa, etc. Es más, al asumir tal
actitud, esa persona podría estar sugiriendo, silenciosamente, que llegada la
oportunidad o el momento no dudaría en hacer lo mismo que hacen las personas y
personajes a los cuales se les cuestiona por aquellos actos. Descrito así el
contexto en el cual estamos inmersos todos los habitantes de este país, no es
más que el reflejo de un proceso inevitable de decadencia moral, la misma que
indudablemente trasciende la crisis económica.
Ciertamente aquel fatal pensamiento, descrito
más arriba, ya no puede ser individual o aislado, puesto que, dada su
frecuencia y generalización, se puede concluir en que, lamentablemente, hoy en
pleno siglo XXI, se ha convertido en una de las expresiones del pensamiento
social de los peruanos, siendo los más fieles representantes los jóvenes, por
ser el sector mayoritario y ser mudos testigos de lo que ahora está sucediendo
en nuestro país. Me refiero, obviamente, a los escandalosos actos de corrupción
cometidos desde el poder, por una clase política mal engendrada desde los
inicios de la república. Digo “mal engendrada”, porque la clase política
criolla que tenemos se formó de los rezagos coloniales, con rezagos coloniales,
sin conciencia nacional, sin alma de peruano y sin aspiraciones de desarrollar
patria. No en vano los datos estadísticos revelan que el 70 % de la población
peruana es, óiganlo bien peruanos, TOLERANTE con la corrupción, a esto se suma
la frasecita generalizada, incluso convertida en slogan de algunas campañas
políticas: “ROBA PERO HACE OBRAS”. Esto último es el indicador más contundente
que refuerza la tesis de la “tolerancia” frente a la corrupción, del carácter
que ésta sea o en los niveles sociales que ésta se dé o se practique. Pero, es
necesario explicar por qué esa actitud popular de “TOLERANCIA” a la corrupción
¿Acaso los peruanos ya nacen con tal predisposición? Las razones pueden ser
diversas, pero, desde nuestra perspectiva, las más relevantes son:
Despolitización. Una población adversa a la
política y a los políticos, como los jóvenes de hoy, por ejemplo, desarrolla
alto grado de indiferencia a los actos de gobierno y, en general, a las
políticas que desde el Estado se generen. El desinterés popular deviene en
libre albedrío de los gobernantes y de los funcionarios públicos, sobre todo
“libre albedrío” en el manejo del dinero de los contribuyentes. La población no
presta atención a los actos de quienes gobiernan, aunque tales actos sean
antipopulares o perniciosos como los de corrupción, por ejemplo. Sí el pueblo
elevaría su nivel de conciencia política, se involucraría mucho más en la toma
de decisiones junto con sus gobernantes, tendría mucho más capacidades para la
organización, para la fiscalización y para ejercer presión social sobre las entidades
estatales, lo cual mermaría considerablemente los malos actos de los
gobernantes.
La ilusión de alcanzar la zanahoria. La clase
media es la más vulnerable ante la disyuntiva de ser mucho más cuestionadora a
los actos de corrupción o ser la más tolerante con ellos. La clase media, al
estar entre los dos extremos sociales: la clase alta y la clase baja, o entre
los más ricos y los más pobres; la clase media también está entre otra
disyuntiva: la de seguir empobreciéndose cada vez más o aspirar llegar a la
categoría de “rico”. Aquí, vale la metáfora que indica: “La clase media siempre
aspira a alcanzar la zanahoria que los ricos le están mostrando desde lo alto,
generándole así la ilusión en cuanto a que cada vez está más cerca de
alcanzarlo, cuando en realidad esa zanahoria se torna cada vez más
inalcanzable” Entonces, aquí radica una de las causas de la tolerancia hacia la
corrupción: El afán de alcanzar esa zanahoria al precio o costo que sea impulsa
a que la clase media, en la cual están comprendidos empleados y funcionarios
públicos; estudiantes, profesionales, técnicos, campesinos medio acomodados,
comerciantes, etc., se corrompa y deje corromper, siempre y cuando el beneficio
sea monetario; y, si no corrompe ni se deja corromper probablemente desarrolla
una actitud tolerante, pasiva, indiferente, con la corrupción.
Desconfianza con la Justicia. El alto grado de
desconfianza con la justicia se ha ido generando a lo largo de mucho tiempo, en
la medida que la población no percibe la aplicación democrática de la justicia.
Aquí se castiga, se manda a la cárcel, “a que se pudra”, al indefenso, al que
no tiene el dinero suficiente para defenderse, o al que no puede pagar a un
equipo de abogados a que lo defienda. Mientras que al que tiene poder económico
y político, aunque cometa los delitos más atroces, la justicia a elaborado una
serie de leguleyadas, como “confesión sincera”, “colaboración eficaz”, “arresto
domiciliario”, “prisión suspendida”, delación premiada, prescripción del
delito, etc., etc. para evitar que alguien de la clase alta pise la cárcel o,
por lo menos, lo pise pero por muy corto tiempo. Es por ello que aquí, la
mayoría piensa, al igual que el inolvidable jilguero del Huascarán, “al que
roba millones la justicia más lo adula; pero al que roba cuatro reales la
justicia lo estrangula”. Entonces, esa enorme desconfianza popular deriva en
aparente tolerancia con la corrupción. No obstante, de acuerdo con lo descrito
en torno a la característica de la justicia, tal vez esa tolerancia no sea real
sino aparente; porque, en el fondo no es que exista tolerancia, sino que, en
realidad, existiría es precisamente desconfianza hacia la justicia y en
consecuencia pasividad. Por ejemplo, si se hicieran sondeos de opinión o
encuestas en el sector popular, con la pregunta sobre si los corruptos de alto
vuelo, no las “anchovetas” sino los “tiburones” o “peces gordos”, serán
enviados a la cárcel por haber recibido los sobornos de las empresas
brasileñas, la mayoría de la población peruana, respondería contundentemente
que NO; y, que toda la parafernalia que están realizando los instrumentos
mediáticos, el poder judicial, el gobierno, los políticos, el Congreso, los
“opinólogos”, analistas, etc., etc., no sería más que pura farsa, para
entretener a la población, mientras pasa el tiempo y todo quede olvidado ¡como
siempre!!
Impotencia. Sentir impotencia es sentirse débil,
incapaz de hacer nada, no tener las competencias políticas ni jurídicas, para
luchar contra la corrupción. Es lo que el pueblo peruano estaría sintiendo, lo
cual, esa pasividad o indiferencia hacia un fenómeno que afecta mucho más a él
precisamente, daría lugar a que ciertos sectores sociales, lo interpreten como
tolerancia, cuando en realidad no lo es. Lo que sucedería es que el pueblo no
tiene, como ya indicamos antes, las prerrogativas, las competencias para luchar
contra la corrupción. Entonces, aquí se complica el problema: crece la
desconfianza popular hacia la justicia, pero también se evidencia una
impotencia o debilidad para luchar contra la corrupción, el resultado
obviamente tiene que ser el desarrollo del cáncer de la corrupción, el cual
parecería que ya está en su última fase, vale decir está “generalizado”. Contra
el “cáncer generalizado” de la corrupción ¿Qué se puede hacer? O contra un
cajón lleno con manzanas, donde éstas casi todas están podridas ¿Qué se puede
hacer? ¿Acaso esperar pasivamente que el “cuerpo” social vaya “muriendo”
lentamente; o que terminen de podrirse todas las manzanas?, ¿Acaso la
alternativa es continuar mostrando esa aparente actitud de “tolerancia” con la
corrupción?
Almas encadenadas. El miedo también es un
mecanismo que no permite ver objetivamente la realidad y más bien impulsa a
callarse frente a ella. Muchos callan y “toleran” la corrupción por miedo. Miedo
a perder un puesto de trabajo, miedo a no encontrarlo, miedo a que en el futuro
no se consiga un puesto de empleo, miedo a salir a protestar contra actos de
corrupción, miedo al “que dirán” si alguien como el amigo, el pariente, el
compañero de estudio, el jefe o el patrón me observa en una manifestación
contra la corrupción. El miedo impulsa a una actitud pasiva, a una actitud de
cómplice o a una actitud de indiferencia, lo cual a su vez deriva en una
aparente tolerancia con la corrupción. El miedo es como la esclavitud, encadena
el alma de la población, tal como el esclavo es encadenado físicamente. Pero,
de los dos tipos de encadenamiento, el encadenamiento del alma es mucho más
peligroso y pernicioso para toda sociedad. Desde esta perspectiva, perder el
miedo es romper las cadenas del alma. ¡El fenómeno de la corrupción, monstruo
grande y putrefacto, que pisa fuerte y contamina a todo aquel que se cruza en
su camino, de derecha o de izquierda, moriría si el pueblo empezaría a perder
el miedo!!
Las TIC: ¿Una dosis de anestesia a la
conciencia? Cabinas de internet públicas saturadas por jóvenes de ambos sexos,
de igual manera, quien no observa hoy en día que probablemente 9 de cada 10
personas caminan con celular en mano, a tal punto que todo indica que dicho
aparatito electrónico ya es una prolongación de su cuerpo de aquellas;
asimismo, audífonos infaltables de los oídos de la mayoría de los jóvenes. En
general, dada la diversidad de aplicaciones que tiene el teléfono móvil, como
cámara fotográfica, música Mp3, video, grabadora de sonidos, de video,
linterna, internet, Wassapp, Twiter, Facebook, juegos, PDF, para guardar
documentos; programas básicos de elaboración de textos, entre otras
aplicaciones más. En fin, todo esto ha dado lugar a que el celular se convierta
en el fetiche más preciado, deseado, querido, mimado, de los ciudadanos del S.
XXI, especialmente de los jóvenes. Es por ello que el joven de hoy, incluso
muchos adultos, fácilmente se podrían desprender de cualquier otro objeto
personal, al mismo tiempo que exponerse a cualquier circunstancia como un
asalto, un cáncer por las ondas radioactivas emitidas por el propio celular;
adquirir, en mediano o largo plazo, una sordera como consecuencia del
permanente uso de auriculares en el oído; un accidente de tránsito o de otra
naturaleza, por una distracción al andar buscando a pokemon; incluso exponer su
vida ante el robo de un celular; pero, eso, sí, jamás estaría dispuesto o
dispuesta a deshacerse del pequeño aparatito digital. Ahora, bien, todo esto
puede ser secundario frente al daño más peligroso, que puede sufrir aquel
usuario compulsivo de las famosas Tecnologías de información y comunicación,
conocidas como TICs. Ese daño consistiría, precisamente, según ya estarían
advirtiendo algunos estudios científicos, en el adormecimiento de la
conciencia. El usuario o usuarios empedernidos de las TIC, se “desconectan” de
la realidad concreta, de los problemas sociales concretos, de la corrupción, de
lo que sucede en su entorno inmediato, mediato y lejano, para vivir una
realidad virtual, de imagen, de representación o de simbolismo. Esta sería una
de las explicaciones, que cobran fuerza y fundamento cuando alguien se pregunta
por qué los jóvenes de hoy no participan en el movimiento social, menos desean participar
en política y posiblemente tampoco les importe los graves problemas de
corrupción que afronta nuestro país o, en todo caso, éstos les podría parecer
como algo normal. Entonces, pues, tal como muchos estudiosos de las ciencias
sociales, estaríamos ante un nuevo “opio del pueblo”, al lado de otros “opios”,
que muchos ya lo conocen.
Reacción y reflexión. “Toda acción, genera una
reacción”, sabia expresión de Newton. La única alternativa que queda es la
reacción. Reacción cual moribundo se resiste a dejar este mundo y opta más bien
por la vida. Pero, ese moribundo tiene que darse cuenta que la vida, no sólo
consiste “en estar” en esta sociedad, sino en preguntarse para que “estar”,
cuál es la razón de nuestra presencia en esta sociedad; pero, sobre todo, qué
clase de sociedad quiero dejarle a las futuras generaciones; ¿Acaso una
sociedad enferma, cancerosa o podrida, como las manzanas del cajón? Y, si se
tratara de usted, padre de familia, ¿Qué sociedad quiere dejarle a sus hijos, a
sus nietos y tataranietos y a toda su descendencia futura? ¡Joven, despierta!!,
semejantes interrogantes: ¿Qué tipo de sociedad quieres para ti, para tus hijos
y para los hijos de tus hijos? ¿Acaso esa sociedad cancerosa, podrida, con
corrupción generalizada y cada vez más abierta y descarada?, probablemente la
respuesta a semejantes interrogantes sería un enfático NO. Entonces, tendremos
que adquirir conciencia en cuanto a que LA VIDA, palabra tan bonita, pero al
mismo tiempo llena de significado, demanda de LUCHA permanente (La vida misma
es lucha), cambio, transformación, justicia, equidad, pero sobre todo valores
morales y éticos, entre los cuales tienen que destacar la honradez y la
honestidad, la intercomunicación humana, el cuidado del medio ambiente, de la
naturaleza, ¡de la “casa grande”, que es nuestro planeta!! Sin lucha y sin
estos valores se habrá perdido la esencia humana; y, entonces, habremos entrado
a un camino sin retorno que es el de la deshumanización. Gusta mucho definir al
Hombre como “animal racional”; pero dadas sus actitudes casi animalescas, de
estos últimos tiempos, frente a la naturaleza y frente al hombre mismo, creo
que la palabra “racional” ya se ha caído o esfumado, por lo que fácilmente hoy,
en pleno siglo veintiuno, era de la post-modernidad, la revolución de las
comunicaciones y de la robótica, la definición bien podría quedar incompleta,
es decir, sólo tendríamos que decir: “EL HOMBRE ES UN ANIMAL…” porque lo de
“racional” fue perdiéndolo en el largo transcurso de su avaricia por el dinero.
¡El dinero, muchas veces presentado como un simple metal duro y frío, al
dominar la conciencia del Hombre, también fue despojándolo de la misma,
transformándolo en un SER a su “imagen y semejanza”: FRÍO Y SIN CONCIENCIA, Ser
viviente, pero en pleno proceso de deshumanización. En fin, sólo reflexiono y
digo lo que pienso. ¡Decir lo que uno piensa, es ejercer la verdadera
libertad!!
Escrito: febrero, 2017
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