Escrito: julio 7,
2008
¡Refrescando la
memoria, a propósito de la coyuntura especial configurada hoy, 2017, por la
huelga nacional del magisterio peruano!!
Por Sociólogo: Avelino Zamora Lingán
Desde que tengo uso de razón he
escuchado a representantes de los diferentes regímenes de turno calificar a los
paros y protestas sociales de: “paro político”, “protesta política”, “huelga
política”, etc., etc. Asimismo, otro de los argumentos vertidos por tales
actores sociales es afirmar que, detrás de los paros y protestas sociales
están: “los comunistas”, “los izquierdistas”, “los rojos”, “los violentistas”,
“los revoltosos”, “los ultras”, “ los agitadores”, “Los cuatro gatos”, “Patria
Roja”, etc., etc.; calificativos muy utilizados por los gobernantes de turno,
con el objetivo de debilitar, dividir, desprestigiar y quebrar a los
justos, legítimos y legales movimientos sociales que realiza el pueblo, cuando
siente que sus derechos son atropellados, vulnerados y la crisis económica lo lanza
al hambre, al desempleo y a la miseria. En cambio no he escuchado que un
Presidente de la República, Ministro o Congresista del oficialismo o político
de derecha hayan reconocido a un paro o protesta social como justo, legal y
legítimo, en todo caso, eso sería muy raro. Peor aún no me imagino a un gran
empresario, de esos que pertenecen a los grupos de poder económico, reconocer
la legalidad y legitimidad de los paros y protestas sociales del pueblo.
¿Pero, qué se le puede exigir a estos
sectores, que constituyen generalmente la clase política de derecha o la
clase dominante? Desde mi perspectiva, NADA. Su doctrina política, su
ideología y su interés por seguir siendo, precisamente “la eterna clase
dominante” y seguir conservando sus “sagrados” intereses económicos, les impide
reconocer la legalidad y, sobre todo, la legitimidad de las luchas del pueblo.
No seamos ingenuos o mejor dicho: ¡sindicalistas no sean ingenuos!, la clase
dominante, jamás va a declarar legal o legitimo a un paro o una protesta
social. Digo, “no sean ingenuos”, porque la mayor parte de líderes sindicales y
políticos de izquierda, todavía confían, en los políticos de derecha y
creen que éstos alguna vez van a declarar “legal” y “legítima” a una huelga o a
la libre sindicalización, aunque estos mecanismos estén reconocidos
constitucionalmente. Asimismo, ese exceso de confianza, por parte de los
sectores populares y laborales, también les impulsa a “exigir y “reclamar” que
“cumplan con sus promesas que ofrecieron en campañas electorales”; sin darse
cuenta que los políticos de derecha generalmente hacen tales promesas sólo para
captar votos, para debilitar al probable opositor, a aquel que puede afectar
sus intereses y para confundir y dividir al pueblo.
Lo grave del asunto es que a partir de
la calificación o adjetivación de los grupos de poder hacia los
movimientos sociales, se genera un ambiente de miedo, temor que empujan a que los
dirigentes sindicales y gremiales se despoliticen y en consecuencia, influidos
por esa despolitización, velan o se preocupan, junto con la clase dominante,
porque los paros y las protestas sociales, en realidad, “no tengan tinte
político”; es decir, han caído en la trampa de dicha clase, a quién
precisamente le interesa y conviene que los paros y protestas sociales se
despercudan o despojen de tal característica y que los líderes, sindicales y
gremiales, se despoliticen y el pueblo en general, no se eduque políticamente
ni tampoco se interese por la política. Esto explica, el porqué, cuando
cualquier dirigente sindical o gremial, es abordado por la prensa escrita,
hablada o televisiva, que también, en su mayoría, responde a los
intereses de los grupos de poder, detrás de una falsa neutralidad, objetividad
e imparcialidad, etc., pregunta ¿El paro es político? ¿La huelga es política?
“Noooo”, responden, con énfasis los sindicalistas, “nos cuidamos que los
políticos, los violentistas no se infiltren en nuestro paro”, “nuestro paro
sólo es reivindicativo”, “sólo pedimos aumento de nuestros sueldos y salarios”,
“luchamos por un sol más”, “queremos que nuestro Presidente cumpla sus
promesas”, “el paro es cívico”, “pacifico”, etc., etc. “A ya, muy bien”,
“cuidado que el paro sea político, los paros y las huelgas no deben ser
políticos”, afirman amenazantes los “ventrílocuos” y generadores de opinión
pública. “Protesten, todo lo que quieran y el tiempo que quieran, pero
pacíficamente”, concluyen tales agentes mediáticos.
Si en realidad, la gran mayoría de
dirigentes sindicales y gremiales tuvieran una sólida formación y
posición política e ideológica de clase, obviamente de aquella que asume o
encarna los intereses del pueblo, respondenrían, a los generadores de opinión pública
o a cualquier otro agente social, contrario a las protestas del pueblo, así:
“SI, EL PARO
ES POLÍTICO” ¿Y QUÉ? ¿Acaso, las causas o las razones por la que realizamos
el paro o las protestas sociales no provienen de voluntades políticas? ¿La
aplicación a ultranza del modelo económico neoliberal no responde a la
voluntad política de la derecha y los grupos económicos?, ¿acaso no es cierto
que el desempleo, los despidos masivos, los bajos salarios y sueldos no
responden a voluntades e ideologías y políticas neoliberales? ¿El saqueo de los
recursos naturales, la contaminación ambiental, las migajas que las
transnacionales dejan por los recursos naturales no son producto de la
voluntad política de los regímenes de turno?, ¿el pago puntual de la deuda externa,
quitando el pan a millones de seres humanos, no responde a una determinada
política e ideología de los grupos de poder, hijos del neoliberalismo?
Entonces, ¿por qué nuestro paro no puede ser político, o tener tinte político?
Si observamos que la doctrina política e ideológica, con la cual se opera en
los diversos sectores del Estado, hace más pobres a los pobres y más ricos a
los ricos, ¿Por qué el pueblo no puede ejercer un
pensamiento político, opuesto o una ideología opuesta, cuyo fin sea la el desarrollo
social, soberano, justo y equitativo de nuestro país? ¿Acaso la clase
dominante y los grupos de poder económico son los únicos privilegiados para monopolizar
la política y al pueblo se le tiene que despojar del pensamiento político?,
¿Acaso no es cierto que “vivimos en democracia” y que, por ello, se respetan
los diversos credos políticos e ideológicos? ¿Acaso no hubo un gran filosofo
griego que dijo que el Hombre (en general) “es un animal político por
naturaleza” y que si es despojado de lo político queda incompleto, es de decir
como “animal…”? No dijo que sólo ciertos Hombres son políticos, mientras que
otros son “animales”.
La debilidad de los paros, huelgas y,
en general, de cualquier protesta social, tiene su raíz precisamente en
la despolitización de los dirigentes y del pueblo. Cuando un pueblo está
despolitizado muestra actitudes de indiferencia hacia los paros y las huelgas o
a cualquier otro tipo de protesta social, y, lo peor, que la propia clase
trabajadora no tiene conciencia de lucha y como tal demuestra falta de
solidaridad, de sensibilidad y de espíritu de unidad. Esto es aprovechado por
los grupos de poder y sus instrumentos mediáticos para emprender sendas
campañas de desprestigio a las protestas sociales, expresadas en diversas
formas que van desde acostumbrados sondeos de opinión pública, con preguntas
como éstas ¿está de acuerdo con el paro?, ¿Cómo le afecta el paro?, ¿Cree usted
que es justo? Obviamente, las respuestas son “no estoy de acuerdo”, “que hagan
su protesta pero que no afecten a los demás”, “los niños y los ancianos son los
más afectados”, “los que menos tienen se afectan más con las huelgas y los
paros, etc. etc. Así la despolitización en lugar de unir divide, desintegra,
crea indiferencia y más aún genera conflicto entre sectores sociales del mismo
pueblo.
Esta debilidad lo conocen muy bien los
regímenes de turno, grupos de poder económico y la clase dominante, de allí que
ante cualquier protesta, paro o huelga, sea local, regional o nacional,
rápidamente acuden a los elementos represivos para que sofoquen,
controlen y apaguen el “incendio social”, logrando la mayoría de veces, de
manera exitosa, su objetivo. Por ejemplo: La soberbia y seguridad de Alan
García, Jorge del Castillo, entre otros del oficialismo, respecto a que “el
paro del día 9 será un rotundo fracaso” no es casual. Cuando los periodistas le
preguntan al Presidente, aludiendo al paro, ¿qué pasará después del día 9? Él
cínica y sarcásticamente, al igual que Montesinos en el tribunal, frente a Fujimori,
responde: “Después del 9 viene el 10”. Esta soberbia y seguridad se funda
en los antecedentes históricos y en el pleno conocimiento de la despolitización
del pueblo, de los sindicatos y de los gremios, que por lo general han mostrado
una fuerte debilidad y falta de contundencia en las protestas sociales,
especialmente en estos últimos tiempos. Por otro lado, la CGTP y otros
sindicatos, de tendencia política izquierdista, han devenido excesivamente en
conciliadores y negociadores con la patronal, muy parecidos a la CTP aprista,
lo cual ha generado desconfianza tanto en sus propios agremiados como en el
pueblo en general. Y, esta desconfianza en los dirigentes, debilita cualquier
convocatoria que realice. La consecuencia es que muchas veces los paros y huelgas
no son acatadas de forma masiva, menos con contundencia. Y, un paro o huelga en
estas condiciones, sólo sirve para hacer el ridículo o para que los gobernantes
se burlen y se sientan más motivados para aplicar sus políticas
anti-populares.
Por último, las luchas del pueblo no
deben quedarse estancadas en el aspecto económico, pecando de economicismo;
para que sean contundentes, impactantes y masivas, deben, como lo sostuvieron
los teóricos de la clase obrera, estar impregnadas, además, del aspecto
económico, de tinte político y tinte ideológico. Sólo así, una lucha
social dejará de ser la burla de los gobernantes y de los grupos de poder
económico. Sólo así, las luchas populares encarnarán los intereses de las
grandes mayorías y no sólo de los sindicatos o gremios, también del pueblo en
general. Porque, además, en tiempos de globalización y de neoliberalismo, la
gran mayoría del pueblo no es sindicalizado ni agremiado, ya sea por estar
desempleado o por la propia política laboral existente; por lo tanto, cuando
tales luchas son llevadas de una manera despolitizada, desideologizada y
desclasada, no tiene el apoyo del pueblo porque éste no se siente representado
ni se ha tomado en cuenta sus intereses.
ES TIEMPO DE SUPERAR EL ECONOMICISMO Y
LABORALISMO.
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