La izquierda, experiencia frustrada
23 de diciembre de 2011
A lo largo de muchos decenios, siempre hubo que acompañar a la expresión “izquierda” alguna otra palabra que la pusiera en situación, le diera un color local, un ritmo propio. Así, había “izquierda revolucionaria”, “izquierda nacional” “izquierda reformista”, etc. Ser de izquierda planteaba la necesidad de diferenciarse, de encabezar la última escisión radical, tener la última palabra, luego de conquistarla. Proteger una memoria anterior para salvarla de la burocratización o del error, siempre descalificador.
Ser de izquierda implicó también estar preparado para una enésima división, el tajo repentino de toda veleidad “burguesa”. Enemistadas entre ellas, las facciones de la izquierda siempre podían alcanzar coincidencias tácticas, inmersas en un amplio pero concreto clima moral. La izquierda, con su solidez conceptual y su ropaje profesional, sabía siempre distinguirse de la derecha conciliadora y capitulera.
Ahora no. Deshechos los atuendos, despojados de su encanto simbólico, la izquierda busca sus motivos menos en las grandes concepciones del mundo que en los sistemas de ciudadanía y las diversas formas de lucha democrática. La izquierda no desea permanecer en guetos enrarecidos que hablan su propio lenguaje enclaustrado, ha salido a la calle y modificado su amable envoltorio, su utopía arcaica pero perseverante, su eterna problemática teórica.
Ya no estamos más ante esa izquierda caracterizada por su inagotable facilidad para escindirse y revelar un supuesto purismo que hacía quedar a casi todos a la derecha, es decir ser minúsculos pero compartir esforzadamente el devocionario más radical. Es una izquierda más pragmática –que, por cierto, ni siquiera corresponde ya a la caricatura “caviar” manejada por la torpe ultraderecha mediática–, capaz de tender puentes y firmar alianzas electorales y de gobierno.
El ejemplo más claro está en los pactos, explícitos o tácitos, firmados con el entonces candidato Ollanta Humala y Gana Perú, que marcaban el fin de las políticas de escisión y la incorporación responsable a un movimiento heterogéneo pero al que proporcionaron piso y peso. Y que, una vez ganado el poder, supo corresponder a esos acuerdos llamando a sus líderes a formar parte del gobierno, una experiencia inédita en nuestro país, aunque bastante común a otros de América Latina.
Hay que lamentar que esta experiencia haya sido de tan corta duración, pues el cambio de gabinete ha marcado la partida de los principales cuadros de izquierda que ingresaron al gobierno, en la mayoría de los casos antes de poder demostrar su utilidad en nuevas responsabilidades. Es verdad que no todos se han ido y que aún resta un puñado de cuadros técnicos apuntalándolo, pero aquellos que querían ver a la izquierda en otro rol a nivel nacional deberán esperar tiempos mejores, con más renovación y acaso un candidato.
LA REPÚBLICA
Carlincaturas 13/12/2011
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