martes, febrero 21, 2017

LOS CORRUPTOS: ¿VERGÜENZA PARA SU FAMILIA?




Por Sociólogo Avelino Zamora Lingán
Se han preguntado alguna vez sobre ¿Cuál es la reacción de la esposa, padres, hijos, cuñados y demás parientes de un funcionario público, de clase media, cuyo sueldo, por lo general, es igual o un poco más que el de cualquier otro común y mortal, el mismo que no puede otorgarle la categoría de “rico”, pero que le es suficiente para vivir holgadamente; sin embargo, de pronto resulta comprándose fundos, residencias, carros de último modelo, con abultadas cuentas en los bancos, y además siendo accionista de grandes empresas? Uno de los temas escasamente o nada tratados por los analistas es el rol que tiene la familia en el fenómeno de la corrupción. Al respecto, en el presente comentario intentamos soltar algunas ideas, a propósito de Nadinne Heredia y Elianne Karp, esposas de los ex presidentes Humala y Toledo, respectivamente, incluidas en la mega corrupción de Odebrecht, puesto que según se comenta a estas dos ex primeras damas les gusta mucho, más de lo normal, el supremo dinero y que por ello, habrían “empujado” a sus respectivos esposos a corromperse, para darse la “gran vida”.    
La conminación de la esposa a su esposo, quien muchas veces no tiene los ingresos suficientes (aunque los ingresos nunca van a ser suficientes para cualquier ser humano) o se encuentra sin trabajo, con la expresión “No me importa de donde saques el dinero para el diario, para la educación o para los medicamentos de tus hijos”; el acoso permanente de los hijos al padre para que éste le compre el celular de última generación; la laptop más avanzada, la moto, bicicleta, etc., etc.; acaso sugiere la actitud que asume la familia cuando el jefe de familia está desempleado o ve disminuido su sueldo por el “alza del costo de vida”; no obstante, de pronto se convierte en funcionario público o en burócrata, por lo tanto su vida da un considerable giro; pero no sólo con el “buen” sueldo que puede ganar sino con ingresos provenientes de actos de corrupción. En este caso, la esposa o los hijos mayores, incluso sus padres se atreverán a preguntarle, por ejemplo ¿Cómo a hecho para obtener tanto dinero? ¿Cuál es el negocio? ¿Acaso de pronto le ha empezado a llover millones de dólares? ¿O es que la plata le está llegando sola? La enorme ambición, incluso la ansiedad de “progreso familiar”, de satisfacer todas las necesidades, con todo lo material que la sociedad de consumo ofrece (aunque el ser humano nunca se da por satisfecho, cuando de cosas materiales se trata) con la oportunidad de hacer realidad todos los sueños de los hijos, en general con toda el deseo de cambiar de status económico-social, o de ser “mejor” que los demás, cabe la duda muy razonable respecto a que la familia jamás planteará tales interrogantes. Al contrario, ésta se hará la disimulada, “la de la vista gorda”,  los parientes probablemente desarrollarán algún grado de envidia, algunos lo felicitarán, preguntándose al mismo tiempo ¿Cómo lo hace? ¿Cuál es el negocio? En fin, nadie en casa se percatará, ni tampoco querrá percatarse cuál es la fuente de ese dinero, lo fundamental es que “la familia” disfrute, aproveche, aunque como resultado de ese dinero mal habido, sufran otras personas, sufra el pueblo. Así es como nacen los corruptos de alto vuelo o de poca monta.
El filme español “El Tránsfuga”, excelente película, recomendable para entender el rol  de la familia en el proceso de corrupción. Esta película narra la actitud que asume un diputado, precisamente presionado por su esposa y sus dos hijos, luego que de pronto se da cuenta que con el ingreso que tenía como diputado ya no alcanzaba para satisfacer todas las necesidades que hasta ese momento su familia estaba acostumbrada, como por ejemplo, pagar la mensualidad de la educación de sus hijos, quienes estaban en los mejores colegios privados; mandar a éstos a pasar vacaciones a otros países, ir a comer a los mejores restaurantes, realizar reuniones sociales con los amigos y amigotes, vivir en un lujoso apartamento, pasear en yate, comprar ropa de las mejores marcas, joyas, etc., etc. Por ello es que un día decide reunir a su familia para anunciarles que se acabaron las vacaciones de los hijos en otros países, que éstos deberán estudiar en colegios públicos, nada de reuniones sociales, tampoco nada de lujos y joyas; incluso, hasta deberán alquilar su lujoso departamento para ir a vivir a un lugar donde las viviendas sean menos costosas. En general, lo que el diputado propone a su familia es bajar de estatus social, es decir, empezar una vida, al igual que cualquier otro común y mortal de clase media y que tanto la esposa y sus hijos deberían comprender este giro “hacia abajo” que deberían dar obligados por las circunstancias económicas.
Cualquiera pensaría que efectivamente la familia comprendería la situación económica y se allanarían a los cambios propuestos. Pero no es así. Su esposa pone el grito en el cielo, se enferma, hasta se quiere suicidar, y se resiste, a que sus hijos sean matriculados en colegios públicos, a que se les prive de sus vacaciones en otros países, así como ir a vivir a un barrio menos lujoso, en casa menos lujosa, etc. Para la esposa del diputado, tal propuesta es como si el mundo se hubiese venido abajo. Ante esto ¿Qué le queda al diputado? Cierto día, la “oportunidad” de dejar las cosas tal como estaban dándose hasta antes de su “crisis económica” no tarda. En el Parlamento se debate un mega-proyecto, sobre el cual las fuerzas a favor y en contra estaban divididas pero en proporcionas casi iguales, la diferencia era de uno. Es decir la viabilidad del proyecto dependía sólo de un voto. Alguien contacta al Diputado y éste empieza por vender información a una empresa a cambio de unos 65 mil euros; pero lo que a la empresa más le importa es la decisión que se tome en el parlamento respecto del proyecto; por lo que ofrece 2 millones de euros a cambio de que el día de la votación el diputado se ausente, para que así los votos en contra de tal proyecto no superen la mayoría. Ante esto el diputado se resiste, porque ello le significaba, primero,  ir en contra de su grupo partidario y segundo, convertirse en un corrupto y además en tránsfuga, porque con su ausentismo implícitamente apoya a la oposición. Piensa en las pataletas de su esposa, en sus hijos y finalmente opta por aceptar los dos millones de euros y así mantener el status socioeconómico que siempre lo tuvo, aunque con dinero prestado.   ¡Así, por presión familiar, nació el corrupto y el lobista!
Entonces, contrario a lo que piensan muchos respecto a que un ladrón o corrupto puede ser “vergüenza para su familia”, de acuerdo a lo que se ha descrito más arriba, todo indicaría que no es así. Puesto que la familia se haría de la “vista gorda” ante la abundancia de dinero que el jefe de familia, un alto funcionario público, de pronto puede ostentar. Aquí se configura una corriente de pensamiento, al igual que en el caso de la política, “el fin justica los medios”. Es decir el fin de alguien de clase media es el cambio de estatus socioeconómico hacia arriba, no hacia abajo. Hacia abajo sería empobrecerse aún más de lo que ya es. Pero el cambio “hacia arriba significa pasar de la categoría de pobre a la categoría de rico, sin importar los medios. Éstos pueden ser legales o ilegales, entre éstos últimos, por ejemplo, corrupción, narcotráfico, sicariato, tráfico humano, explotación, evasión de impuestos, etc., etc. Lo que importa es el fin. Estos cambios, también, se conocen como “movilización social”, corriente de pensamiento que en el Perú fue promovido por Juan Velasco Alvarado a través del famoso SINAMOS (Sistema Nacional de Movilización Social). Pero, obviamente,  Velasco, difícilmente hubiese promovido una “movilización” del ciudadano peruano a través de medios ilegales, tales como la corrupción, robo, injusticia social, concentración de riqueza; movilización sí, pero, a través, del desarrollo social, de la equidad, la honradez, del trabajo y de la justicia social. A la movilidad o movilización social apuntaron sus reformas estructurales, entre éstas la reforma en la tenencia de la tierra y en el sistema educativo.
Finalmente, cuando adquirimos una mercancía en el mercado, en la tienda o en el centro comercial nos fijamos mucho en su calidad, para comprarlo. Si es de mala calidad no la compramos, aunque ésta sea más económica o más barata. En el sentido estricto de la definición, el dinero también es una mercancía, por ser un medio de cambio al igual que las demás, es decir: con la mercancía dinero “compramos otras mercancías. De aquí surge entonces la pregunta ¿porqué no nos fijamos en la calidad del dinero mercancía dinero? En este caso, entendiendo por “calidad” al dinero cuya fuente sea legal, que provenga de actividades lícitas y no de actividades ílicitas. Que provenga de actividades desarrolladas con esfuerzo, sacrificio, honestidad, equidad, pero sobre todo con honradez. Y, aquí provoca hacer otra pregunta: ¿Se podrá amasar fortuna con dinero proveniente de actividades realizadas con honestidad y honradez? Al menos ¿en un país como el Perú?, estoy seguro que la gran mayoría respondería que no. Obviamente NO, pero, por lo menos, sí se podría dormir con la conciencia limpia. ¡Seamos un poco más fiscalizadores de las fuentes del dinero, no sólo desde las entidades públicas encargadas, también desde la familia, desde el hogar!! Sería otra manera de parar la corrupción en este país.//////////////////////////////////////////////////////////////////////////////// Escrito: febrero del 2017

viernes, febrero 17, 2017

HA LLEGADO LA HORA DEL CAMBIO




Humberto Campodónico.
Por primera vez en 25 años tenemos la oportunidad de sacar el balance del modelo económico de la Constitución Fujimori/Yoshiyama: liberalización de la economía, desregulación de los mercados y privatización de las empresas estatales. Pero sus defensores se niegan a ese balance.
Ahora nos dicen que la culpa proviene del “imperio brasileño” y el sistema corrupto alentado por sus empresas. Así, la corrupción viene “de afuera” y corrompe a los “buenos” de adentro que, además, aplican las políticas del Consenso de Washington.
Eso no se dijo en los 90. Allí el fracaso económico fue culpa del modelo “cepalino” y la crisis de la deuda externa no tenía causas foráneas (como la tasa de interés al 20%, la caída de los precios de las materias primas o el proteccionismo de los países industrializados). La causa era endógena: “demasiado Estado”, “muy poco mercado”. Dos varas y dos medidas.
La confianza desmedida en las “virtudes inquebrantables” de los mercados se exacerbó con el super ciclo de altos precios de las materias primas por la expansión industrial china (que no fue producto del “libre mercado”). No se quiso ver que la marea alta china fue el hecho esencial que hizo subir a todos los botes de América Latina, sin excepción alguna. Y en todos también bajó la pobreza, en parte por el crecimiento y en parte por los programas sociales.
Esta confianza llevó a que el ministro Luis Carranza dijera que los altos precios iban a durar 30 años, lo que se trasladó a todas las instituciones del Estado y a la propia forma de hacer política económica. ¿Alguien dijo Plan Nacional de Infraestructura en el CEPLAN? Pero si “plan” es una mala palabra. Basta con que IPE y AFIN nos digan que el déficit de infraestructura asciende a decenas de miles de millones de dólares.
¿Alguien dijo Plan Energético de Mediano y Largo Plazo, de carácter vinculante, que nos diga qué oferta y demanda de energía queremos en 20 años para “rayar la cancha” a las empresas? ¿Para qué, si ya la Constitución dice que son los dueños de la molécula, previo pago de una regalía? ¿Y qué hacemos si el licenciatario quiere exportar el gas del Lote 56, lo que se permitió bajo Toledo, siendo PPK ministro de economía y luego Premier?
Pues nada: solo respetar el Art. 62 de la Constitución que establece la “santidad” de los contratos-ley, ya que solo pueden ser cambiados por acuerdo entre las partes (adiós Congreso). No se dice que han sido modificados cientos de veces, siempre a favor de los contratistas, partida de nacimiento de las adendas de las APP.
Los ideólogos pro-mercado “evolucionaron” y dijeron que los eficientes ministros tecnócratas no podían hacer bien las cosas porque los gobernantes, políticos elegidos por el pueblo, no los dejaban: “qué bueno sería que los mencionados ministros –que parecen estar en el gabinete por un accidente del destino– escogiesen al presidente y no al revés” (1). El gabinete PPK, con él al frente, cumple con esa aspiración. ¿O no?
Lo que les importa es que haya “una buena tasa de crecimiento económico”, no si se fortalecen las instituciones, salvo las “islas de eficiencia que “impulsan el crecimiento” (2). Tampoco importa si se vulnera el medio ambiente y los derechos de las comunidades indígenas. Importa crecer. Punto.
La cereza de la torta ha sido las APP, no porque sean malas per se, sino porque la estructura legal y el diseño de adjudicación han sido laxos, permitiendo adendas al por mayor, por tanto, el crecimiento de la corrupción que vemos hoy. Es indispensable un debate nacional sobre las APP para acabar con la corrupción.
Pero el apetito de los inversionistas privados hacia los ahorros fiscales en época de vacas flacas (y gordas), no se detiene. La política del Gobierno es dar proyectos a las APP, donde tienen buenos amigos. Así, Pro-inversión va a licitar proyectos por US$ 4,000 millones este año. No, pues. Ni una APP más hasta revisar todo a fondo. El Congreso tiene la palabra.
Para terminar, la corrupción no viene solo “de afuera”. Tampoco tiene un solo signo ideológico ni su origen es “economicista”. La moral y la ética son parte del análisis, así como los signos de los tiempos de “postmodernidad” y “postverdad”.
Pero el “libre albedrío” del mercado, sin regulación ni rumbo de largo plazo sí provoca desastres: se vio en la crisis global del 2008 y se ve ahora. No es cierto que haya “una sola política económica”, si no miremos el signo no neoliberal de las políticas económicas en China y el Sudeste Asiático. Si queremos acabar con la corrupción necesitamos una nueva ecuación entre Estado y mercado y alejarnos de la dependencia de las materias primas, camino bloqueado por la Constitución de 1993.
La crisis abierta nos da la gran oportunidad para revertir la idea-fuerza que domina hace 25 años: que el mercado lo puede todo. Ha llegado la hora de cambiar.

martes, febrero 07, 2017

MÁS ALLÁ DE UNA CRISIS ECONÓMICA, ESTÁ LA DECADENCIA MORAL

Por Sociólogo: Avelino Zamora Lingán


“Sí actúas con moral y ética te mueres de hambre”, es la rápida pero tóxica y perniciosa respuesta que hoy en día puede dar cualquier ciudadano común y mortal, cuando en alguna conversación o comentario cotidiano se trata sobre lo pernicioso, malo, inmoral, que algún funcionario público, autoridad o gobernante se apropie del dinero del Estado, el mismo que, en realidad, pertenece a todos y cada uno de los ciudadanos comprendidos en el país. Pero, la controversia se evidencia mucho más cuando alguien cuestiona la actitud que el poblador asume frente al latrocinio, vale decir su complacencia, pasividad, silencio, tolerancia y hasta la solapada justificación o complicidad de los actos de corrupción en las entidades públicas, llámese éstas salud, educación, trabajo, militar, religiosa, etc. Es más, al asumir tal actitud, esa persona podría estar sugiriendo, silenciosamente, que llegada la oportunidad o el momento no dudaría en hacer lo mismo que hacen las personas y personajes a los cuales se les cuestiona por aquellos actos. Descrito así el contexto en el cual estamos inmersos todos los habitantes de este país, no es más que el reflejo de un proceso inevitable de decadencia moral, la misma que indudablemente trasciende la crisis económica.

Ciertamente aquel fatal pensamiento, descrito más arriba, ya no puede ser individual o aislado, puesto que, dada su frecuencia y generalización, se puede concluir en que, lamentablemente, hoy en pleno siglo XXI, se ha convertido en una de las expresiones del pensamiento social de los peruanos, siendo los más fieles representantes los jóvenes, por ser el sector mayoritario y ser mudos testigos de lo que ahora está sucediendo en nuestro país. Me refiero, obviamente, a los escandalosos actos de corrupción cometidos desde el poder, por una clase política mal engendrada desde los inicios de la república. Digo “mal engendrada”, porque la clase política criolla que tenemos se formó de los rezagos coloniales, con rezagos coloniales, sin conciencia nacional, sin alma de peruano y sin aspiraciones de desarrollar patria. No en vano los datos estadísticos revelan que el 70 % de la población peruana es, óiganlo bien peruanos, TOLERANTE con la corrupción, a esto se suma la frasecita generalizada, incluso convertida en slogan de algunas campañas políticas: “ROBA PERO HACE OBRAS”. Esto último es el indicador más contundente que refuerza la tesis de la “tolerancia” frente a la corrupción, del carácter que ésta sea o en los niveles sociales que ésta se dé o se practique. Pero, es necesario explicar por qué esa actitud popular de “TOLERANCIA” a la corrupción ¿Acaso los peruanos ya nacen con tal predisposición? Las razones pueden ser diversas, pero, desde nuestra perspectiva, las más relevantes son:

Despolitización. Una población adversa a la política y a los políticos, como los jóvenes de hoy, por ejemplo, desarrolla alto grado de indiferencia a los actos de gobierno y, en general, a las políticas que desde el Estado se generen. El desinterés popular deviene en libre albedrío de los gobernantes y de los funcionarios públicos, sobre todo “libre albedrío” en el manejo del dinero de los contribuyentes. La población no presta atención a los actos de quienes gobiernan, aunque tales actos sean antipopulares o perniciosos como los de corrupción, por ejemplo. Sí el pueblo elevaría su nivel de conciencia política, se involucraría mucho más en la toma de decisiones junto con sus gobernantes, tendría mucho más capacidades para la organización, para la fiscalización y para ejercer presión social sobre las entidades estatales, lo cual mermaría considerablemente los malos actos de los gobernantes. 
La ilusión de alcanzar la zanahoria. La clase media es la más vulnerable ante la disyuntiva de ser mucho más cuestionadora a los actos de corrupción o ser la más tolerante con ellos. La clase media, al estar entre los dos extremos sociales: la clase alta y la clase baja, o entre los más ricos y los más pobres; la clase media también está entre otra disyuntiva: la de seguir empobreciéndose cada vez más o aspirar llegar a la categoría de “rico”. Aquí, vale la metáfora que indica: “La clase media siempre aspira a alcanzar la zanahoria que los ricos le están mostrando desde lo alto, generándole así la ilusión en cuanto a que cada vez está más cerca de alcanzarlo, cuando en realidad esa zanahoria se torna cada vez más inalcanzable” Entonces, aquí radica una de las causas de la tolerancia hacia la corrupción: El afán de alcanzar esa zanahoria al precio o costo que sea impulsa a que la clase media, en la cual están comprendidos empleados y funcionarios públicos; estudiantes, profesionales, técnicos, campesinos medio acomodados, comerciantes, etc., se corrompa y deje corromper, siempre y cuando el beneficio sea monetario; y, si no corrompe ni se deja corromper probablemente desarrolla una actitud tolerante, pasiva, indiferente, con la corrupción.
Desconfianza con la Justicia. El alto grado de desconfianza con la justicia se ha ido generando a lo largo de mucho tiempo, en la medida que la población no percibe la aplicación democrática de la justicia. Aquí se castiga, se manda a la cárcel, “a que se pudra”, al indefenso, al que no tiene el dinero suficiente para defenderse, o al que no puede pagar a un equipo de abogados a que lo defienda. Mientras que al que tiene poder económico y político, aunque cometa los delitos más atroces, la justicia a elaborado una serie de leguleyadas, como “confesión sincera”, “colaboración eficaz”, “arresto domiciliario”, “prisión suspendida”, delación premiada, prescripción del delito, etc., etc. para evitar que alguien de la clase alta pise la cárcel o, por lo menos, lo pise pero por muy corto tiempo. Es por ello que aquí, la mayoría piensa, al igual que el inolvidable jilguero del Huascarán, “al que roba millones la justicia más lo adula; pero al que roba cuatro reales la justicia lo estrangula”. Entonces, esa enorme desconfianza popular deriva en aparente tolerancia con la corrupción. No obstante, de acuerdo con lo descrito en torno a la característica de la justicia, tal vez esa tolerancia no sea real sino aparente; porque, en el fondo no es que exista tolerancia, sino que, en realidad, existiría es precisamente desconfianza hacia la justicia y en consecuencia pasividad. Por ejemplo, si se hicieran sondeos de opinión o encuestas en el sector popular, con la pregunta sobre si los corruptos de alto vuelo, no las “anchovetas” sino los “tiburones” o “peces gordos”, serán enviados a la cárcel por haber recibido los sobornos de las empresas brasileñas, la mayoría de la población peruana, respondería contundentemente que NO; y, que toda la parafernalia que están realizando los instrumentos mediáticos, el poder judicial, el gobierno, los políticos, el Congreso, los “opinólogos”, analistas, etc., etc., no sería más que pura farsa, para entretener a la población, mientras pasa el tiempo y todo quede olvidado ¡como siempre!!
Impotencia. Sentir impotencia es sentirse débil, incapaz de hacer nada, no tener las competencias políticas ni jurídicas, para luchar contra la corrupción. Es lo que el pueblo peruano estaría sintiendo, lo cual, esa pasividad o indiferencia hacia un fenómeno que afecta mucho más a él precisamente, daría lugar a que ciertos sectores sociales, lo interpreten como tolerancia, cuando en realidad no lo es. Lo que sucedería es que el pueblo no tiene, como ya indicamos antes, las prerrogativas, las competencias para luchar contra la corrupción. Entonces, aquí se complica el problema: crece la desconfianza popular hacia la justicia, pero también se evidencia una impotencia o debilidad para luchar contra la corrupción, el resultado obviamente tiene que ser el desarrollo del cáncer de la corrupción, el cual parecería que ya está en su última fase, vale decir está “generalizado”. Contra el “cáncer generalizado” de la corrupción ¿Qué se puede hacer? O contra un cajón lleno con manzanas, donde éstas casi todas están podridas ¿Qué se puede hacer? ¿Acaso esperar pasivamente que el “cuerpo” social vaya “muriendo” lentamente; o que terminen de podrirse todas las manzanas?, ¿Acaso la alternativa es continuar mostrando esa aparente actitud de “tolerancia” con la corrupción? 
Almas encadenadas. El miedo también es un mecanismo que no permite ver objetivamente la realidad y más bien impulsa a callarse frente a ella. Muchos callan y “toleran” la corrupción por miedo. Miedo a perder un puesto de trabajo, miedo a no encontrarlo, miedo a que en el futuro no se consiga un puesto de empleo, miedo a salir a protestar contra actos de corrupción, miedo al “que dirán” si alguien como el amigo, el pariente, el compañero de estudio, el jefe o el patrón me observa en una manifestación contra la corrupción. El miedo impulsa a una actitud pasiva, a una actitud de cómplice o a una actitud de indiferencia, lo cual a su vez deriva en una aparente tolerancia con la corrupción. El miedo es como la esclavitud, encadena el alma de la población, tal como el esclavo es encadenado físicamente. Pero, de los dos tipos de encadenamiento, el encadenamiento del alma es mucho más peligroso y pernicioso para toda sociedad. Desde esta perspectiva, perder el miedo es romper las cadenas del alma. ¡El fenómeno de la corrupción, monstruo grande y putrefacto, que pisa fuerte y contamina a todo aquel que se cruza en su camino, de derecha o de izquierda, moriría si el pueblo empezaría a perder el miedo!! 
Las TIC: ¿Una dosis de anestesia a la conciencia? Cabinas de internet públicas saturadas por jóvenes de ambos sexos, de igual manera, quien no observa hoy en día que probablemente 9 de cada 10 personas caminan con celular en mano, a tal punto que todo indica que dicho aparatito electrónico ya es una prolongación de su cuerpo de aquellas; asimismo, audífonos infaltables de los oídos de la mayoría de los jóvenes. En general, dada la diversidad de aplicaciones que tiene el teléfono móvil, como cámara fotográfica, música Mp3, video, grabadora de sonidos, de video, linterna, internet, Wassapp, Twiter, Facebook, juegos, PDF, para guardar documentos; programas básicos de elaboración de textos, entre otras aplicaciones más. En fin, todo esto ha dado lugar a que el celular se convierta en el fetiche más preciado, deseado, querido, mimado, de los ciudadanos del S. XXI, especialmente de los jóvenes. Es por ello que el joven de hoy, incluso muchos adultos, fácilmente se podrían desprender de cualquier otro objeto personal, al mismo tiempo que exponerse a cualquier circunstancia como un asalto, un cáncer por las ondas radioactivas emitidas por el propio celular; adquirir, en mediano o largo plazo, una sordera como consecuencia del permanente uso de auriculares en el oído; un accidente de tránsito o de otra naturaleza, por una distracción al andar buscando a pokemon; incluso exponer su vida ante el robo de un celular; pero, eso, sí, jamás estaría dispuesto o dispuesta a deshacerse del pequeño aparatito digital. Ahora, bien, todo esto puede ser secundario frente al daño más peligroso, que puede sufrir aquel usuario compulsivo de las famosas Tecnologías de información y comunicación, conocidas como TICs. Ese daño consistiría, precisamente, según ya estarían advirtiendo algunos estudios científicos, en el adormecimiento de la conciencia. El usuario o usuarios empedernidos de las TIC, se “desconectan” de la realidad concreta, de los problemas sociales concretos, de la corrupción, de lo que sucede en su entorno inmediato, mediato y lejano, para vivir una realidad virtual, de imagen, de representación o de simbolismo. Esta sería una de las explicaciones, que cobran fuerza y fundamento cuando alguien se pregunta por qué los jóvenes de hoy no participan en el movimiento social, menos desean participar en política y posiblemente tampoco les importe los graves problemas de corrupción que afronta nuestro país o, en todo caso, éstos les podría parecer como algo normal. Entonces, pues, tal como muchos estudiosos de las ciencias sociales, estaríamos ante un nuevo “opio del pueblo”, al lado de otros “opios”, que muchos ya lo conocen. 
Reacción y reflexión. “Toda acción, genera una reacción”, sabia expresión de Newton. La única alternativa que queda es la reacción. Reacción cual moribundo se resiste a dejar este mundo y opta más bien por la vida. Pero, ese moribundo tiene que darse cuenta que la vida, no sólo consiste “en estar” en esta sociedad, sino en preguntarse para que “estar”, cuál es la razón de nuestra presencia en esta sociedad; pero, sobre todo, qué clase de sociedad quiero dejarle a las futuras generaciones; ¿Acaso una sociedad enferma, cancerosa o podrida, como las manzanas del cajón? Y, si se tratara de usted, padre de familia, ¿Qué sociedad quiere dejarle a sus hijos, a sus nietos y tataranietos y a toda su descendencia futura? ¡Joven, despierta!!, semejantes interrogantes: ¿Qué tipo de sociedad quieres para ti, para tus hijos y para los hijos de tus hijos? ¿Acaso esa sociedad cancerosa, podrida, con corrupción generalizada y cada vez más abierta y descarada?, probablemente la respuesta a semejantes interrogantes sería un enfático NO. Entonces, tendremos que adquirir conciencia en cuanto a que LA VIDA, palabra tan bonita, pero al mismo tiempo llena de significado, demanda de LUCHA permanente (La vida misma es lucha), cambio, transformación, justicia, equidad, pero sobre todo valores morales y éticos, entre los cuales tienen que destacar la honradez y la honestidad, la intercomunicación humana, el cuidado del medio ambiente, de la naturaleza, ¡de la “casa grande”, que es nuestro planeta!! Sin lucha y sin estos valores se habrá perdido la esencia humana; y, entonces, habremos entrado a un camino sin retorno que es el de la deshumanización. Gusta mucho definir al Hombre como “animal racional”; pero dadas sus actitudes casi animalescas, de estos últimos tiempos, frente a la naturaleza y frente al hombre mismo, creo que la palabra “racional” ya se ha caído o esfumado, por lo que fácilmente hoy, en pleno siglo veintiuno, era de la post-modernidad, la revolución de las comunicaciones y de la robótica, la definición bien podría quedar incompleta, es decir, sólo tendríamos que decir: “EL HOMBRE ES UN ANIMAL…” porque lo de “racional” fue perdiéndolo en el largo transcurso de su avaricia por el dinero. ¡El dinero, muchas veces presentado como un simple metal duro y frío, al dominar la conciencia del Hombre, también fue despojándolo de la misma, transformándolo en un SER a su “imagen y semejanza”: FRÍO Y SIN CONCIENCIA, Ser viviente, pero en pleno proceso de deshumanización. En fin, sólo reflexiono y digo lo que pienso. ¡Decir lo que uno piensa, es ejercer la verdadera libertad!! 
Escrito: febrero, 2017