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Muchas personas, amigos, periodistas y documentalistas sobre todo compañeros y
compañeras de diversos movimientos ambientales que a lo largo de estos años he
ido conociendo, me han sugerido escribir mi testimonio de cómo se inició mi
compromiso con la defensa de derechos ambientales relacionados con la gran
minería que se instaló en Cajamarca a inicios de los años 90. A su vez,
mis detractores sostienen que se trata solo de motivaciones ideológicas o
intereses mezquinos. Escribiré en dos partes cómo fue que siendo párroco rural
terminé comprometido en el surgimiento de un amplio movimiento ciudadano
nacional que lucha por la defensa de los derechos humanos así como por los
derechos ecoterritoriales. En esa misma línea, quisiera reflexionar desde mi
experiencia personal de los últimos años sobre el surgimiento de un movimiento
ecopolítico que desata las furias de los grandes poderes económicos, esos
mismos que buscan perpetuar la injusticia social y ecológica en el Perú.
LA GRAN OPORTUNIDAD
Al principio, en
1992-1993, todo parecía ser prometedor: un primer signo de la superación de la
catástrofe económica que había causado la corrupción y la irresponsabilidad de
Alan García (1985-1990), era el anuncio de la inversión minera más grande de los
últimos 40 años, Newmont Gold Corporation, el Banco Mundial y la entonces
pequeña compañía peruana de Minas Buenaventura se habían unido para explotar lo
que también entonces decían que iba a ser un pequeño proyecto minero denominado
Yanacocha. La inversión venía como rueda salvadora: a) a nivel nacional Sendero
Luminoso había declarado 1992 como el año de “su equilibrio estratégico” y
asediaba Lima; b) Fujimori había dado el autogolpe y tenía problemas para
legitimarse internacionalmente; c) la economía estaba recesada y he ahí que
“inversionistas privados generosos apostaban con fe por el país”. Ese fue
también el año en el que a nivel internacional se realizó la Cumbre de Río que
abrió paso a las cuestiones de la sustentabilidad del desarrollo, los límites
del crecimiento y permitió la formulación de la Agenda 21.
En el espacio
provincial, Luis Guerrero, un ex comunista que llegó por vía electoral a
inicios de los noventa a ser un alcalde que había declarado La Municipalidad de
Cajamarca como “la Primera Municipalidad Ecológica del Perú” hacía propaganda
de la llegada de “la mina ecológica” y las oportunidades que se abrirían “en
puestos de trabajo, canon minero e inversiones directas de la empresa minera
que actuaría con plena responsabilidad social, Cajamarca saldría de su
postergación y pobreza”.
LOS TEMPRANOS AGUAFIESTAS
Sin
embargo, una docena de familias del Cerro Quilish sector 38 aparecerían como
los aguafiestas (Alan se hallaba fugado y no pudo calificarlos de “perros del
hortelano”). Aconteció que las familias campesinas habían sufrido la primera
usurpación agravada de tierras que realizaría la Minera Yanacocha.
Entusiasmados con sus operaciones y el gran apoyo político nacional y local,
los mineros iniciaron un febril proceso de exploraciones en torno a su
autorizada área de operaciones y para ello habían prometido a sus vecinos que
iban a hacer “unos agujeritos” en el suelo, pero que iban a necesitar construir
plataformas de concreto de aproximadamente 6 por 3 metros en las cuales
colocarían sus perforadoras y que para ello también necesitaban construir unas
pequeñas trochas de acceso, a cambio de todo ello “les darían trabajo y les
pagarían algo. Igual aseguraban que los trabajos durarían dos o tres semanas y
no iba a haber perturbaciones ni daños ambientales”.
No
obstante, pasó más de medio año de culminadas las perforaciones y no hubo ayuda
ni pago alguno y cuando los campesinos exigieron que los mineros cumplieran con
los pagos, personal de la entonces FORZA (hoy SECURITAS) les respondió a palos y
tiros al aire. Lo único que quedó en las tierras de los campesinos fueron las
trochas, las plataformas de cemento y los agujeros con un precario sello de
cemento con una placa de cemento que tenía inscritos un código y los metros de
profundidad de la perforación, en esos años la legislación minera no exigía
mayor seguridad en las perforaciones.
Los
campesinos fueron a reclamar en la gobernación de Cajamarca, a la oficina
regional de agricultura y la municipalidad provincial de Cajamarca, pero allí
se enteraron “que la mina tenía permisos desde el gobierno de Lima y nada se
podía hacer”. Incluso en la Municipalidad provincial de Cajamarca les quisieron
cobrar por el formulario de presentación de su queja, motivo por el cual no la
registraron por escrito. Pasaron unos meses y llegaron las lluvias, los
precarios tapones de cemento de las perforaciones fueron expulsados por los
suelos saturados de agua y comenzaron a salir de ellos unas sustancias de
colores rojizos, grises, marrones y cremas, de consistencia grasosas unas y
jabonosas otras. Las aguas que discurrían entre los pastos que alimentaban las
ovejas pronto generarían las primeras alarmas de contaminación pues se
produjeron varias muertes de ganado y los pastores decían que no podían tomar
las nuevas aguas cochinas y pestilentes. En reiteradas ocasiones los campesinos
fueron a las puertas de la oficina de Yanacocha en Cajamarca o a la entrada de
las operaciones mineras pero nadie los recibía y “los Forzas les amenazaban con
pegarles si los cholos de mierda seguían jodiendo.”
Lo
último que les quedó a las familias campesinas fue venir a conversar con los
que entonces éramos jóvenes párrocos en la recientemente creada parroquia
“Cristo Ramos de Porcón.” Era noviembre de 1993.
EL DIÁLOGO QUE NO FUE
Para
nosotros, los entonces jóvenes párrocos, parecía que las plagas se estaban
abatiendo sobre Porcón: el verano de 1992 y el verano de 1993 nos había asolado
la epidemia del cólera. Las pequeñas poblaciones de varios caseríos habían sido
infectadas por aquellos de sus miembros que iban a a trabajar de cargadores en
Chimbote, Trujillo o en las siembras de arroz de Chepén. Como no conocían la
enfermedad, los hábitos de higiene por inexistencia de servicios sanitarios y
conexiones domiciliarias de agua y la costumbre de velar a sus muertos durante
cuatro días, comiendo “en compañía”, a lo que se sumó la huelga del escaso
personal de salud que había en la zona hicieron el resto. El caserío de
Hualtipampa fue el más asolado. La compañía de bomberos, personal de Cáritas y
los hermanos maristas cumplieron notable labor al traernos medicinas y
enseñarnos incluso a colocar sueros y antibióticos y evacuar a los más graves.
Nuestra casa parroquial, aún en construcción, se convirtió en precario hospital
de campaña para el tratamiento o referencias al abarrotado hospital de
Cajamarca. Las fiestas de Semana Santa de ese año no olían tanto el incienso o
el romero quemado de la feligresía campesina, sino a lejía de la excesiva y
hasta obsesiva limpieza que nos impusimos. Como si el cólera no bastara,
llegaron los campesinos del Qulish 38 con las denuncias de que su ganado se
moría y que los pastores ya no podían tomar las aguas por “la cochinadas que
salían de los agujeros que habían hecho los gringos de la minera”.
Recibidas
las denuncias y constatados fotográficamente los daños informamos al nuevo
obispo que había llegado a Cajamarca y que decía ser “buen amigo de don Alberto
Benavides desde los tiempos de su anterior diócesis en Jaén”. La nueva
autoridad eclesiástica dio poco crédito a las denuncias de los campesinos pues
decía que “la minera le había asegurado que usaban tecnologías modernas y
cuidaban el medio ambiente ayudando a los campesinos en sus necesidades”.
Debimos acudir al presbiterio (reunión de todo el clero de la Diócesis) para
que el tema fuera tratado en una reunión de párrocos con el obispo. Hubo todo
tipo de argumentos, desde aquel fallecido sacerdote que señaló que “es mala
suerte que los campesinos hayan vivido pobres todo este tiempo sin saber que
había oro y qué bueno ahora que hay quienes vendrán a sacarlo para darles
trabajo”, hasta otros que decían que “había que saber aprovechar las ayudas de
la minera en vez de pelearnos con ella porque sino terminarán dándole apoyo a
los evangélicos” y una mayoría que pensábamos que “la iglesia no podía volver a
jugar el rol de Valverde, sino asumir su rol evangélico de defensa de la
justicia y de los más pobres”.
Los primeros videos sobre Yanacocha
En
la parroquia de Porcón debimos hacer un video que recogía los testimonios de
los campesinos que narraban los abusos de los Forzas y mostraba los daños
hechos por Yanacocha. Cuando el obispo vio los testimonios, promovió una
reunión con los funcionarios de la minera: un jovensísimo Carlos Santa Cruz que
se convertiría luego en el azote minero de los cajamarquinos, Peter Orams,
Fernando Schwalb y un funcionario de origen nisei de apellido Osada. Dos
sacerdotes, el obispo y esos funcionarios vimos el video en el salón del
presbiterio del Obispado de Cajamarca. Los funcionarios se mostraron
extrañados, dijeron no estar enterados y pidieron una copia del video para
averiguar lo que había pasado “seguramente con personal de campo que no sabía
tratar a las personas”, prometieron que “sí habían problemas se iban a
resolver”. La reunión terminó y ellos pidieron una copia del video, a lo cual
accedí.
Una
semana después algunos campesinos vinieron a la casa parroquial visiblemente
intimidados pues habían sido visitados por personal de la minera que les habían
dicho que “se olvidaran de buscar trabajo en la minera por haberse juntado con
curas comunistas”. No sabían qué hacer y nosotros quedamos indignados. A los
pocos días decidimos que el video debía ser editado y dado a conocer a los
medios de comunicación de la ciudad. El video editado artesanalmente se llamó
“Yanacocha, la mina que no contamina”. Todos los canales de TV local lo
pasaron. Sin embargo, la primicia fue de Global TV. La prensa escrita y radial
hablaron un par de semanas de los abusos. La minera salió con sus argumentos,
que después de 24 años no han cambiado: “se trataba de una conspiración para
dañar su imagen, todo se estaba haciendo bien”.
En
una conferencia de prensa en el Hotel Continental, Carlos Santa Cruz, gerente
de Yanacocha incluso llegó a declarar que “el cura había trucado las imágenes”.
La prensa local (en esa época era en su mayoría independiente) criticó
duramente a la minera.
No faltaron algunas voces de conocidos profesionales cajamarquinos que salieron
a defender la minera: “cualquier actividad humana contamina, lo importante era
que la mina genere oportunidades de trabajo”, por supuesto varios de ellos
fueron contratados como “consultores” y si no aseguraron que sus familiares
tuvieran trabajo en la “mina ecológica”. Penoso rol el que jugaron muchos de
los principales docentes universitarios o reconocidos profesionales
cajamarquinos.
EL CLERO
El
obispo buscó un nuevo canal de diálogo, esta vez habría diálogo con el mismo
Alberto Benavides De La Quintana en Lima bajo el auspicio de la Comisión
Episcopal de Acción Social (CEAS). El obispo me designó para que fuera, pedí
que pudieran ir dos campesinos pero se me dijo que no y no había pasajes para
solventar los gastos de ellos. Los míos serían pagados por la parroquia de
Porcón que recibía desde 1992 un pequeño apoyo de una parroquia de Tettnang en
el sur de Alemania.
Fui
a Lima, después de largas horas de viaje por tierra, estuve en el CEAS a las 4
pm que era la hora pactada para el diálogo, pero pasadas las 5pm se nos
comunicó que la reunión no se realizaría, el señor Alberto Benavides había
decidido no asistir. Dos días después retorné a Cajamarca, hablé con los
campesinos, luego consultamos con algunos sacerdotes amigos y decidimos iniciar
una denuncia contra Yanacocha ante la 4ta. Fiscalía Provincial Penal que presidía
el fiscal de nombre Pequeño Morales. Luego sabría yo que el fiscal era yerno
del Dr. Cristóbal Arana, quién era el asesor legal de Yanacocha (yo no tengo
ningún parentesco con él). Se iniciaron largos meses de lucha jurídica y
mediática. Menos mal el concurso de una joven abogada cajamarquina a la que no
le tembló la mano y que quiso colaborar desinteresadamente asumió la defensa de
los campesinos.
El
ex obispo de Cajamarca, Mons. José Dammert que se hallaba jubilado en Lima,
escribió un artículo en La República: “si los campesinos no participan de la
distribución de la riqueza, se habrá escrito otro capítulo de la historia de la
ignominia del oro en Cajamarca”. En esas semanas el diario La República
nacional enviaría un reportero a Porcón y publicó una página central sobre la
usurpación de tierras y las primeras denuncias de contaminación de la minera.
Al nuevo obispo no le complació el carácter público de la disputa, recibí los
primeros llamados de atención eclesiástica.
“LOS EXPERTOS Y RECONOCIDOS
COMUNICADORES”
La
minera estaba en boca de todo el mundo local e incluso de un sector informado
de la sociedad nacional. La respuesta de la minera no se hizo esperar: apareció
en el escenario el antropólogo Juan Ossio como “consultor independiente” para precisar
que “en la zona no existían comunidades campesinas jurídicamente reconocidas y
que históricamente en Cajamarca la conducción de la propiedad de la tierra
había sido tradicionalmente individual” concluyendo que yo “estaba utilizando
impropiamente la palabra comuneros campesinos”. De nada valió que yo esgrimiera
los estudios de Orlando Plaza y Marfil Francke que afirmaban que la comunidad
campesina, más que un hecho jurídico, era el conjunto de relaciones sociales,
económicas y culturales, como era el caso de los campesinos de Porcón, muchos
de los cuales además estaban unidos por un idioma común, el quechua Cañaris.
Apareció también en escena el editor de la columna y programa de TVE nacional
“La Torre de Papel”, Luis Rey de Castro, discípulo del controvertido Pedro
Beltrán, que cuando se entrevistó conmigo en la casa parroquial de Porcón dijo
que había esperado encontrarse con “un honorable sacerdote, pero que le
decepcionaba haberse encontrado con un cura jovenzuelo ideologizado por la
teología de la liberación”. Este periodista sería uno de los primeros en
iniciar los ataques mediáticos a nivel nacional de quienes nos mostrábamos
críticos de los abusos de Yanacocha. Imposible prever entonces que en adelante
ese sería un tratamiento común y sistemático de los grandes medios de la prensa
capitalina.
LA “SOLUCIÓN” FISCAL
Después
de varios meses de tensión, de diligencias fiscales, de las primeras amenazas
de muerte verbales de los Forzas contra mi persona y, en medio un tiempo en el
cual tampoco faltaron ofrecimientos de Yanacocha para hacer donaciones a las
obras parroquiales, las cuales, por cierto fueron rechazadas por los párrocos,
las tensiones continuaron y se acrecentaron. Hasta que un buen día apareció
Leonard Harris, el gerente de Newmont para América Latina, que hablaba perfecto
español y decía estar casado con una peruana. Él mismo se auto invitó para
desayunar en la casa parroquial y prestar oídos a lo que estaba pasando y decía
querer oír nuestra versión de la historia. La reunión terminó con el compromiso
de que “todo se iba a arreglar con los campesinos que habían sido afectados”.
A los pocos días, el fiscal comunicaba verbalmente a la abogada de los
campesinos que la minera se quería acoger al principio de oportunidad y, por
tanto, pedía que se iniciara un diálogo con la minera para llegar a una
compensación con los campesinos. La reunión se realizó en el salón parroquial
de Porcón con amplia presencia de las familias campesinas y varios funcionarios
de la minera. El incidente desagradable fue que el personal de Forza, de manera
inconsulta se había apertrechado incluso en el balcón de la casa parroquial
haciendo uso visible que portaban armas, tuve que acudir a Leonard Harris y al
fiscal para pedir el inmediato retiro de todo el personal armado por ser
agraviante e innecesario. El diálogo casi se rompe por este indignante
incidente.
El
resultado práctico del diálogo fue que la minera, que había estado pagando por
hectárea de tierra comprada el irrisorio precio de cien nuevos soles utilizando
la amenaza de expropiación, debió admitir que debía pagar dos mil nuevos soles
por cada plataforma instalada (eran, si mal no recuerdo, 12 plataformas) y
además debía pagar un monto adicional por los daños realizados por las trochas
de acceso. En cuanto a la denuncia por contaminación ambiental, se desistía de
ésta “por falta de pruebas”, ya que lo único que teníamos como pruebas era la
palabra de los campesinos, unas fotografías y video, así como un precario
informe de análisis químico cualitativo realizado por una profesora
universitaria en un laboratorio “no acreditado sobre muestras que además habían
sido recogidas por nosotros, sin haber seguido ningún protocolo ni haber
contado con la presencia de autoridad alguna”. Al final de la reunión, que
Leonard Harris garantizó que discurriera con normalidad pues todos sus
subalternos en la minera se comportaron inusualmente amables y bondadosos, el
discurso del fiscal a los campesinos al final de la reunión fue que “debían dar
gracias a Dios por tener un padre como el padre Marco Arana que los había
defendido”. A los pocos días, en el acta fiscal de esa reunión, ese mismo
fiscal, yerno del asesor legal de Yanacocha, decía por escrito que “las relaciones
entre la minera siempre habían transcurrido en un clima de armonía pero que
había habido manipulación de terceros para indisponer a los campesinos contra
la empresa minera”. Nunca se supo cuánto costó este viraje.
LAS PROMESAS INCUMPLIDAS
La
noticia remeció a la sociedad cajamarquina. Recién la ciudad se enteraba de los
abusos que la minera estaba cometiendo, sus promesas no estaban siendo sino
sólo un discurso encantador. La mayoría ciudadana respaldaba la acción que los
párrocos de Porcón habíamos emprendido. La prensa local jugó en general
destacada labor por su entonces independencia. Varias parroquias se
solidarizaron con la lucha emprendida por los párrocos de Porcón.
Los campesinos de Combayo, que pertenencia al distrito de La Encañada, se enteraron
de los resultados en los que los campesinos de Quilish 38 habían recibido más
de 12 mil soles sólo por daños, y entonces decidieron acudir a la parroquia de
Porcón para solicitarnos apoyo. Más de 40 familias de Combayo habían vendido
entre 1991-1992 miles de hectáreas de tierras a sólo 100 nuevos soles la
hectárea y se sentían estafados por la minera que les había dicho que les iban
a dar trabajo, que incluso cuando terminara la explotación minera les iban a
devolver las tierras, que mientras tanto, donde no había operaciones cercanas
podían pastear su ganado. Sin embargo, se sentían engañados, nada de lo
prometido se estaba cumpliendo: el empleo que les dieron sólo fue por unos
meses, las nubes de polvo de las explosiones hacía que el ganado no pudiera
comer los pastos y los Forzas los habían conminado a salir de las tierras que
habían vendido.
Acudimos
a reunirnos con ellos en Combayo, que era otra jurisdicción parroquial y, con
la anuencia del párroco y el apoyo de la Vicaría de Solidaridad de la Diócesis
de Cajamarca hicimos un segundo video artesanal denominado “Combayo y los
abusos del oro”. Yanacocha volvió a estar en boca de la gente: desde el inicio
lamina estaba mostrando que no estaba actuando de la manera como había
prometido.
CAMINOS NUEVOS E INESPERADOS
En
1992 habíamos decidido crear el Colegio Parroquial “Cristo Ramos” de Porcón,
sería un colegio mixto para dar oportunidad a que las mujeres accedieran a los
que les estaba negado:
educación
secundaria y ampliar sus oportunidades para que pudiera un día acceder a
formación profesional. El enfoque debía ser técnico agropecuario y la educación
ambiental debía tener rol destacado en la formación de los maestros, los padres
de familia y los estudiantes.
Junto a las aulas del colegio parroquial, talleres y granjas para animales
menores debía haber un campo deportivo y biohuertos escolares con vivero
forestal para árboles nativos, también pino que demandaban los padres de
familia. Decidimos limitar la siembra de eucaliptos, aunque debimos disponer de
algunos cientos de plantones por la insistencia campesina.
Con mingas mensuales fuimos construyendo el primer colegio de Porcón Bajo,
entretanto compartíamos la casa parroquial con las primeras aulas para los
niños y jóvenes, hombres y mujeres, algunos de los cuales venían de dos o tres
horas de camino. Todo el equipo sacerdotal de Porcón organizaba grandes mingas
comunales que se realizaban una vez al mes para facilitar el aplanamiento del
terreno, acarrear piedra desde los ríos y abrir los primeros cimientos. Los
pequeños apoyos de la hermana parroquia de Saint Gallus de Tettnang, el apoyo
de los hermanos maristas, de algunos hermanos sacerdotes que trabajaban en la
Catedral de Cajamarca, el aliento de monseñor José Dammert, obispo emérito de
Cajamarca, así como de mi familia fue fundamental para iniciar esta gran obra
educativa. Esta era la tarea pastoral más hermosa y prometedora para dar
oportunidades de vida nueva a los niños, niñas y juventudes del ámbito
parroquial que incluso comprendía comunidades de las provincias de San Miguel y
San Pablo. Pero los conflictos con la minera no podían ser ignorados, había
terminado sólo uno y pronto se abrían nuevos, en esos momentos yo no podía
imaginar las magnitudes que tomarían en los años posteriores.
A los pocos meses de tantas tensiones y denuncias públicas contra los abusos
mineros, el Obispo me planteó la importancia de que yo hiciera estudios de
especialización teológica en Roma. Durante mis estudios universitarios y
seminarísticos había destacado como alumno y especializarme era en realidad una
opción previsible. Sin embargo, yo consideré que debía tener más experiencia
parroquial en medios rurales por lo que pedí que la decisión de salir a
estudiar se aplazara unos años más.
Transcurrieron
los meses y la autoridad eclesiástica me planteó claramente un dilema: “o te
vas a estudiar a Roma o sales de la diócesis”. Tuve, por lo tanto, que viajar a
Roma durante los años 1994-1996. La despedida de los campesinos de Porcón fue
de lo más sentida. La última misa que celebré en la abarrotada capillita de la
casa parroquial a la que asistieron fieles católicos y evangélicos tuvo como
texto bíblico central aquel texto de Jesús en que dice: “Gracias Padre, porque
has ocultado estas cosas a los sabios y poderosos y las has revelado a los
pequeños, sí Padre, eso te pareció bien” (Mt. 11, 25-30).
ROMA, DISTANCIA Y CERCANÍA
Agosto
de 1994. En el primer tour por las imponentes basílicas romanas, una en
particular me recordó viejas heridas. La guía para turistas daba cuenta que el
inmenso techo de pan de oro de la basílica Santa María Maggiore había sido
hecho con el primer oro que llegó de Cajamarca a España y que el rey donó al
Papa (“si racconta che l’oro con cui è ricoperto venne ricavato dalla fusione
di oggetti depredati dalle popolazioni indigene delle Americhe appena
scoperte”). Ese oro me devolvió al escenario del cuarto del rescate, que aún
existe en Cajamarca, y al recuerdo de la muerte del inca, y al genocidio y
opresión que se abatió sobre nuestros pueblos originarios. Imposible no tener
en cuenta que nuevos conquistadores habían llegado a Cajamarca de la cual me
hallaba apartado.
Los
dos años de estudios transcurrieron lentamente. Fueron intensos y exigentes.
Sin embargo, varias familias campesinas nunca dejaron de escribirme. La mina
crecía. Había muchos accidentes de tránsito y los mineros no reconocían cuando
mataban las ovejas, gallinas o los perritos que terminaban aplastados por sus
vehículos que se habían adueñado de la carretera. Trabajo había para pocos y la
mina crecía hacia los distritos de La Encañada, Cajamarca y Baños del Inca. La
gente dejaba de tomar aguardiente para sustituirlo con cerveza. En algunas
familias había peleas por el reparto del dinero de la venta de tierras o por
las pugnas para entrar a trabajar a la minera. Algunos ingenieros pedían
regalos para enganchar con el trabajo en la mina.
Yo
compré en las surtidas librerías de Roma mis dos primeros textos de sociología
y ecología. Mis amigos de una pequeña parroquia alemana que eran benefactores
de las obras sociales de la parroquia de Porcón me proporcionaron los primeros
estudios accesibles en español sobre la moderna minería de oro con lixiviación
de cianuro. Versaban sobre minería con cianuro a pequeña escala, con estándares
internacionales y mencionaban el desconocimiento que había sobre minería de
cianuro a gran escala. Hablaban de la necesidad de poner mallas sobre las pozas
de aguas cianuradas para que no murieran las aves. Era claro que se trataba de
una minería que debía tener claras regulaciones y estrictos controles
ambientales, que yo dudaba que se estuvieran tomando en cuenta en Cajamarca
debido a la inexistente institucionalidad ambiental entonces casi inexistente y
con un gobierno que era claro tenía graves problemas de corrupción.
TODOS LOS CAMINOS CONDUCEN A PORCÓN
Al
terminar los estudios de licenciatura en teología, mi obispo me pidió
permanecer en Roma para iniciar mis estudios de doctorado, serían unos tres
años más. Los costos de los estudios estaban solventados por una beca de la
iglesia alemana y el Collegio Pío Latinoamericano, en el cual los jesuitas nos
orientaban con sabiduría, respeto y cariño. Sin embargo, decidí retornar a
Cajamarca.
En
Roma habían muchas cosas bellas y hermosas, el clima intelectual y las
oportunidades de estudiar eran envidiables. Pero el clima espiritual había que
buscarlo con lupa, el compromiso cristiano liberador estaba casi proscrito y
aunque habían comunidades de base y parroquias populares que incluso hacían
afiches conmemorativos al asesinato de Mons. Óscar Romero, lo cierto es que
eran la época del auge del neoconservadurismo eclesial que había inaugurado a
fines de los setenta Juan Pablo II. Eran los tiempos del “invierno eclesial”
que sobrevino a la gran reforma del Vaticano II. El Opus Dei dominaba la curia
romana. Los Legionarios de Cristo eran la portátil papal. El Sodalitium
Christianane Vitae, en esos años el grupo ultraconservador de factura peruana
buscaba alcanzar reconocimiento pontificio en Roma. La teología de la
liberación seguía siendo procesada. Estaba fresca la expulsión de Leonardo
Boff. Al padre Gustavo Gutiérrez que formalmente sólo habían amonestado pero no
prohibido hacer teología, le prohibieron en 1994 dar una conferencia en el aula
magna de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma y hubo de realizarla más
tarde en el inmenso auditorio del Colegio Brasileño de Roma, a la que asistimos
más gente, por supuesto, de la que inicialmente habría habido en la conferencia
oficial. El reencuentro con el padre Gustavo fue muy inspirador, aún en la
iglesia romana había espacios de renovación y esperanza.
Al
retornar a Cajamarca el reencuentro con las familias de Porcón fue muy intenso.
La parroquia estaba entonces administrada por religiosas franciscanas que
habían proseguido y mejorado la obra social y ambiental que habíamos comenzado
los anteriores párrocos. La espiritualidad franciscana si tonizaba bien además
con la primera evangelización que en Porcón se tradujo en una religiosidad
altamente sincrética en la que el amor al agua, la tierra, las plantas, los
animales, todo envuelto en un ambiente místico y espiritual que se desbordaba
cada año en las fiestas delas cruces del Domingo de Ramos, al inicio de la
Semana Santa. Decenas de cruces ornamentadas con palmeras de la ceja de selva,
flores andinas, romeros, claveles, abundantes espejos que rememoran puquios y
manantiales de agua, con cruces verdes que marchan en ordenadas largas filas de
cruces “machos y hembras”, “santísimos y santísimas”, agolpándose luego en
procesión en torno a una imagen de Cristo montado en su “burrita con su
pollinita”, como en el relato neotestamentario de inicios de la era cristiana.
Sólo que está vez tenía lugar en Porcón, en el “lugar de los cerros”, como
sostiene uno de los estudios sobre toponimia cajamarquina.
La
minera buscaba hacerse presente en la fiesta religiosa regalando pisco (en vez
del tradicional aguardiente de mala calidad), comida, cirios y hasta algunas
veces los palios que protegían del sol a la imagen central de la procesión. El
alcalde del centro poblado menor pugnaba por sacarle alguna ayuda a la minera
para mejorar la escuela estatal, pintar la fachada del templo, la posta médica
o su propio local municipal, además de asegurar trabajo, primero para él, sus
familiares y allegados. Con intermitencias, la minera solía acceder a sus
pedidos. No había ninguna ONG que prestara apoyo a las comunidades afectadas
por las actividades mineras. La iglesia oficial había entablado convenios de
cooperación con la minera, como lo habían hecho la mayoría de oenegés locales.
Muchos medios de comunicación aparecían o desaparecían al calor o el frío de la
codiciada publicidad de la minera.
En medio de todo ello Yanacocha avanzaba comprando más y más tierras, sólo que
ya no a los 100 nuevos soles de los años 92 – 93, sino esa cifra se había
ampliado a uno o dos dígitos más. Los investigadores de GRADE, Manuel Glave y
Juana Kuramoto, escribieron un informe en el cual daban cuenta que, en un
primer momento, la acción de defensa parroquial condujo a la paralización del
proceso de compra de tierras de la minera entre los años 1994 a 1997 y luego a
una subida notable de los precios de las tierras puesto que los campesinos ya
sabían que la orden que los mineros “tenían del gobierno de Lima” podía ser
cuestionada y hasta rechazada por ser ellos los propietarios del suelo
superficial y sobre todo porque si la minera violaba sus derechos de propiedad
o abusaba ahora podía ser denunciada. Los funcionarios de la empresa minera
acusarían en mi los mayores costos de su operación. Tengo diversos testimonios
de cómo, la inicial relación de posibles entendimientos, se había convertido en
un obstáculo y una posible amenaza para que sus malas prácticas se hicieran
públicas. Se iniciaría así, una relación marcada por diversas tensiones y
momentos en los que, de vez en cuando, la minera permitiría diversas visitas
mías a sus operaciones para convencerme de que sus operaciones eran inocuas
para el ambiente y beneficiaban a los campesinos de las comunidades aledañas.
Mi
conocimiento más sistemático sobre los impactos de la gran minería se inició
por aquellos tiempos. La ayuda de un amigo biólogo, Nilton Deza, el descubrir
literatura más basta, comenzar mis primeros estudios sobre ecología política
fueron también etapas importantes de mis primeros esfuerzos de formación
académica autodidacta en mega minería de cianuro.
Otra importante contribución tendría en mi el descubrimiento algo tardío de la
bula del papa Juan Pablo II que había declarado ya en 1979 a San Francisco como
patrono de los ecologistas. Leonardo Boff, el teólogo de la liberación
brasilero que había sido sancionado por la curia romana comenzaba también a
difundir sus primeros escritos sobre ecoteología. Toda una oportunidad para la
formación espiritual y académica se abrió ante mis ojos. Decidí entonces
intuitivamente profundizar en la práctica pastoral inspirada en la teología de
la creación, la teología de la tierra, un mayor conocimiento de la sabiduría
andina de Porcón, la educación ambiental, la sociología y la historia de los
conflictos socioambientales.