Se llamaba Isidro Llanos Chavarría, era labrador, su tierra y lo que en ella sembraba eran el pan para su hambre y el de los suyos, padre de seis hijos, vivía en Combayo, respiraba el aire de un valle que le fue heredad de sus ancestros.
Fue asesinado de dos balazos un segundo día de agosto.
Isidro protestaba por el agua, Isidro gritaba defendiendo el agua que siempre escuchó cantarina bajando por la montaña, esa agua que hacía llegar a la tierra hasta su chacra para florecer las papas como le enseñaron sus padres, y a sus padres su abuelos y a ellos los padres de sus abuelos y así indefinidamente desde antes de los Incas. Por eso lo mataron, por pedir que no ensucien el agua.
Isidro Llanos a duras penas esbozaba letras de inocencia, primariosas y hoy su nombre ha sido escrito en todos los periódicos del Perú y en otros más distantes, en la historia de la cobardía y la traición. La gente que nunca lo conoció hoy lo menciona, lo invoca, lo nombra.
Dicen que fue comunista, él está muerto, de estar vivo tampoco sabría responder a esa acusación, pues nunca supo que significó esa palabra, ni supo nunca de Karl Marx, Friedrich Engels, Rosa Luxemburgo, Vladimir Lenin, Antonio Gramsci…
Cuando a sus hijos, los ecologistas a sueldo, los traidores, les preguntaban si su padre había sido comunista, ellos se preocupaban, pensaban, dudaban…
-Sí, respondían era de aquí, de la comunidad, era comunista porque era de la comunidad, porque era común,- eso es todo lo que responden.
En su tristeza hay un resquicio de felicidad porque su padre tuvo una caja de madera con adornos y un nicho en el cementerio, un regalo que les hizo la minera, siempre generosa, aunque no entienden tampoco por qué la minera ahora quiere ser buena con ellos, si antes contrató a una empresa de seguridad para que maten a su padre. Y lo enfrentaron con granadas de gas pimienta, fusiles Kalashnikov, fusiles FAL, fusiles G-3.
Isidro solo tenía su sonrisa, por eso corrió por los montes cuando sintió miedo, corrió como un venado asustado mientras su corazón se agitaba, bombeando toda su sangre, la misma que heredó se sus ancestros más recónditos. Por eso un fiscal miserable y falso quiso poner en el acta que Isidro Llanos murió de un paro cardiaco, pero tuvo que rectificar la orden de sus patrones cuando Combayo y Cajamarca presionaron.
Muchos se han quedado callados, los escritores hicieron mutis, los mineros guardaron silencio, los periodistas almidonados como el vegete que trajo la minera por unos meses no se pronunciaron jamás. Algunos ecologistas comprados por la minera olvidaron sus viejas batallas, los escritores a sueldo guardaron las manos en los bolsillos y miraron a las estrellas y los incondicionales defensores una vez más hicieron su batahola de defensa y hablaron de la propiedad privada y ese discurso mojigato para engañar a los incautos.
Luego de su asesinato la minera citó a un grupo de los coterráneos de Isidro Llanos a un lujoso hotel de Cajamarca, a un quinto piso, los comuneros tuvieron que subir por un ascensor y se reían emocionados como los Soras en “El Tungsteno” de César Vallejo cuando se veían en un espejito.
Al abrirse el ascensor una comitiva de hombres impecablemente vestidos los invitaron a pasar a un ambiente lleno de vidrios y luces, con cómodos sillones y les invitaron Coca Cola con palitos de maíz y también Corn Flakes.
Fue asesinado de dos balazos un segundo día de agosto.
Isidro protestaba por el agua, Isidro gritaba defendiendo el agua que siempre escuchó cantarina bajando por la montaña, esa agua que hacía llegar a la tierra hasta su chacra para florecer las papas como le enseñaron sus padres, y a sus padres su abuelos y a ellos los padres de sus abuelos y así indefinidamente desde antes de los Incas. Por eso lo mataron, por pedir que no ensucien el agua.
Isidro Llanos a duras penas esbozaba letras de inocencia, primariosas y hoy su nombre ha sido escrito en todos los periódicos del Perú y en otros más distantes, en la historia de la cobardía y la traición. La gente que nunca lo conoció hoy lo menciona, lo invoca, lo nombra.
Dicen que fue comunista, él está muerto, de estar vivo tampoco sabría responder a esa acusación, pues nunca supo que significó esa palabra, ni supo nunca de Karl Marx, Friedrich Engels, Rosa Luxemburgo, Vladimir Lenin, Antonio Gramsci…
Cuando a sus hijos, los ecologistas a sueldo, los traidores, les preguntaban si su padre había sido comunista, ellos se preocupaban, pensaban, dudaban…
-Sí, respondían era de aquí, de la comunidad, era comunista porque era de la comunidad, porque era común,- eso es todo lo que responden.
En su tristeza hay un resquicio de felicidad porque su padre tuvo una caja de madera con adornos y un nicho en el cementerio, un regalo que les hizo la minera, siempre generosa, aunque no entienden tampoco por qué la minera ahora quiere ser buena con ellos, si antes contrató a una empresa de seguridad para que maten a su padre. Y lo enfrentaron con granadas de gas pimienta, fusiles Kalashnikov, fusiles FAL, fusiles G-3.
Isidro solo tenía su sonrisa, por eso corrió por los montes cuando sintió miedo, corrió como un venado asustado mientras su corazón se agitaba, bombeando toda su sangre, la misma que heredó se sus ancestros más recónditos. Por eso un fiscal miserable y falso quiso poner en el acta que Isidro Llanos murió de un paro cardiaco, pero tuvo que rectificar la orden de sus patrones cuando Combayo y Cajamarca presionaron.
Muchos se han quedado callados, los escritores hicieron mutis, los mineros guardaron silencio, los periodistas almidonados como el vegete que trajo la minera por unos meses no se pronunciaron jamás. Algunos ecologistas comprados por la minera olvidaron sus viejas batallas, los escritores a sueldo guardaron las manos en los bolsillos y miraron a las estrellas y los incondicionales defensores una vez más hicieron su batahola de defensa y hablaron de la propiedad privada y ese discurso mojigato para engañar a los incautos.
Luego de su asesinato la minera citó a un grupo de los coterráneos de Isidro Llanos a un lujoso hotel de Cajamarca, a un quinto piso, los comuneros tuvieron que subir por un ascensor y se reían emocionados como los Soras en “El Tungsteno” de César Vallejo cuando se veían en un espejito.
Al abrirse el ascensor una comitiva de hombres impecablemente vestidos los invitaron a pasar a un ambiente lleno de vidrios y luces, con cómodos sillones y les invitaron Coca Cola con palitos de maíz y también Corn Flakes.
Diario Panorama – Cajamarca 16/11/2007
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