Por Sociólogo: Avelino Zamora
Lingán
Probablemente, una de las grandes virtudes del extinto
Hugo Chávez, además de su carisma y diverso bagaje cognoscitivo y cultural, haya
sido su solidez político-ideológica y su
firmeza para defenderlo, en cualquier espacio, en cualquier momento y
frente a quien sea. Esto significaba que sus decisiones políticas, en cuanto a
qué se debía o no se debía hacer en su país, lo asumía sin ambigüedad ni
eclecticismo, sin dudas ni murmuraciones o sin que le tiemble la mano, sobre
todo en los inicios de su gobierno, allá por los años 1998-2000. Claro está,
que tales decisiones o acciones no eran producto de la espontaneidad; pues, previamente
habían sido plasmados en un Proyecto de largo plazo: el Proyecto Bolivariano,
el cual reflejaba todas las bases y la filosofía de “El Socialismo del Siglo
Veintiuno”. A esto se suma otra característica: Su valentía, dureza y coraje
con lo cual se enfrentó verbalmente a los más altos personajes de la política mundial
como el Rey de España y George Bush; pero también para ir contra la corriente o
hacia la izquierda, cuando casi todos los gobernantes del mundo sólo optan por lo más fácil: nadar a
favor de la corriente o acomodarse con la derecha. De hecho, el mayor riesgo al que tuvo que
enfrentar fue el que sus enemigos políticos inmediatamente le impregnen la
etiqueta de DICTADOR. El único problema radica en que muchas de estas
cualidades no se aprenden en ninguna universidad, ni academia o instituto, son
cualidades inherentes a la persona, aprendidas únicamente en el hogar y en la gran universidad de la vida.
Desde esta perspectiva sobran razones cuando, se dice
que MADURO NO ES CHAVEZ, en relación a Nicolás Maduro, sucesor de Hugo Chávez
en la Presidencia de Venezuela. En efecto, esto es así, puesto que ninguna
persona puede ser igual o similar a otra; siempre tiene que haber algunas
diferencias especialmente de personalidad, carácter, comportamiento, aunque la
línea política sea la misma. Esto es precisamente el principal riesgo al cual
tiene que enfrentarse el nuevo Presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, si es
que quiere concluir el Gran Proyecto Político Bolivariano, que inició Chávez y
no logró concluirlo: consolidar el socialismo del siglo XXI. Sólo qué para ello
tiene que tener ese coraje y esa valentía que tuvo su antecesor, aún a costa de
que sus acérrimos enemigos políticos, encabezados por Estados Unidos le llamen
de todo: “dictador”, “autoritario”, “estatista”, “comunista”, “mal ejemplo para
la región”, etc., etc. Después de todo, mientras cuente con el respaldo de la
gran mayoría del pueblo venezolano, todo adjetivo calificativo en su contra se
lo llevará el viento o caerá en saco roto. Aunque, valgan verdades, para
construir el socialismo, o para romper la lógica del orden social capitalista establecido,
es necesario ser todos esos calificativos que la derecha impregna a los que no
piensan igual que ella. Tal es así que el ser duro, inflexible, implacable, es
la condición fundamental para que “la tortilla se de vuelta”, es decir para que
los dominantes de hoy pasen a ser los dominados del mañana, ya que bajo el
sistema democrático, estructurado a imagen y semejanza del gran capital, las
verdaderas transformaciones sociales no pasan de ser un bonito sueño, que los
pueblos jamás podrán verlos convertidos en realidad.
El conflicto desatado en Venezuela, a raíz del triunfo
de Maduro, el mismo que probablemente continuará en adelante, promovido, claro
está, por la derecha venezolana, oleado y avalado por Estados Unidos, aprovechándose
del ajustado 1 % de ventaja de Maduro sobre Capriles, no tiene otro objetivo
que el de medir el grado de debilidad del
chavista para, a partir de ello, traerse abajo a la revolución
bolivariana. Y, si ese grado de debilidad del sucesor es alto, que no quepa
ninguna duda que la derecha va lograr su objetivo. No obstante, también existe
otro factor que puede ayudar, es el apoyo externo, y aquí el otro gran merito
de Chávez es el haber creado la UNASUR (Unión de países del Sur) integrado por
Chile, Venezuela, Uruguay, Argentina, Colombia, Ecuador, Brasil, Bolivia y
Perú. Tal vez lo hizo estimando lo que se podía venir en el futuro, es decir,
la urgente necesidad de contrarrestar en algo los afanes imperialistas y
neocolonialistas de Estados Unidos. Y, vaya que la UNASUR cumplió su rol, para
lo cual fue fundada, al reunirse, de urgencia, en Lima el día jueves 18 del
presente para reconocer como nuevo presidente de Venezuela a Nicolás Maduro y otorgarle
todo su respaldo; tal decisión,
obviamente, neutraliza en algo los apetitos golpistas de la derecha
venezolana con Capriles a la cabeza.
Al negarse la derecha venezolana reconocer el triunfo
de Maduro, sólo refleja que luego de 14 años fuera del poder, existe una
evidente desesperación por retomarlo, si no es vía democrática, lo cual tanto
pregona cuando le conviene, vía la fuerza o por asalto, provocando el desorden,
el enfrentamiento, de alguna manera, de pueblo contra pueblo. El candidato
perdedor pide que haya un “nuevo conteo de votos” y dice, ninguneando al voto
electrónico (se supone mucho más preciso que el voto tradicional en la urna), “en
democracia se cuenta voto por voto”, ya que según estima, él es el que habría
ganado las elecciones, basándose en el estrecho margen de tan sólo 1 %; aunque
en datos absolutos esto equivale a más de 300,000 votos de ventaja a favor de
Maduro. Y, esto es precisamente lo que olvida Capriles: que en democracia, se
respeta al vencedor aunque la diferencia sólo sea de 1 voto. ¿Qué hubiese pasado
si es que los resultados electorales hubiesen sido a favor de él, por el mismo
margen de 1 %? Estoy seguro que el escenario político fuera otro; tal vez sería
Maduro el que estuviera reclamando; mientras que Estados Unidos hubiese sido el
primero en reconocer dicha elección. Después de todo, a lo largo de la
historia, el país del Tío Sam tiene ese enorme poder de poner o deponer
Presidentes en América Latina: los pone cuando se arrodillan frente a él y los
depone cuando osan levantarle la voz como lo hizo Chávez. Los más sanguinarios
dictadores de América Latina como Pinochet, Rafael Videla, Strosner, Somoza,
Fulgencio Batista, por citar sólo algunos, han sido los más preclaros engendros
de la CIA norteamericana.
En el actual contexto, para nadie es un secreto que
Estados Unidos apunta a ser el amo del mundo, pues ello se evidencia cuando de
hecho se entromete o inmiscuye en los asuntos internos de cualquier país del
planeta, ya sea política, económica o militarmente. En los países que logra
echar raíces, convierte en títeres a sus gobernantes y los utiliza para armar
la bronca a los vecinos que no se alinean con el neoliberalismo o con el
capitalismo salvaje, tal como hoy los está enfrentando a las dos Coreas, del
sur y del Norte; o a Israel con Palestina. No es nada extraño que aquí en
América del Sur, toda vez que el triunfo de Maduro, acaba con los planes de la
derecha y sobre todo con el de Estados Unidos, para hegemonizar toda la región,
haya un mayor azuzamiento de conflictos entre Venezuela y Colombia, por
ejemplo, puesto que hoy en día el país cafetero es el que más está alineado con
la política internacional del Tío Sam; ya que las más de ocho bases militares
instaladas no son casuales, ni producto de la bondad o de la misericordia. Las
ocho bases militares yanquis instaladas en Colombia huelen a lo lejos a
apetitos imperialistas y neo-colonialistas. Y, el blanco más directo y cercano
es Venezuela, más aún si ha optado por un sistema social, opuesto a sus grandes
intereses económicos, y peor aún, cuando Venezuela tiene la virtud de contar
con grandes yacimientos de “oro negro”, es decir, petróleo.
Finalmente, una lección se extrae de las
recientes elecciones en Venezuela, válidas para cualquier país, región o
localidad, donde las disputas por el poder sean verdaderas luchas encarnizadas,
sobre todo entre derechas e izquierdas: Y, es que el margen por el cual es
favorecido tal o cual candidato, tiene que ser amplio, por lo menos bordear los
10 puntos porcentuales. De tal manera que tal ventaja, dejaría muy poco espacio
para cuestionamientos, impugnaciones, dudas o lo peor, argumentar fraude; lo
contrario sucede cuando el margen es muy estrecho como 0.5 % ó 1 %, donde los
perdedores, de la tendencia política que sea y los enemigos políticos, están al
acecho para armar el conflicto y así pueda que logren sus objetivos de dar
vuelta a los resultados. Aquí en Perú, ya tuvimos una experiencia similar a la
venezolana, aunque nadie dijo nada ni se armó ningún conflicto, cuando en las
elecciones del 2006, primera vuelta, todo indicaba que la ganadora, aunque sea
por medio punto, fue Lourdes Flores; en consecuencia, en la segunda vuelta, quien
se enfrentaba a Humala, que era el otro ganador de la primera, era ella y no
Alan García. Pero, obviamente a la derecha y grupos de poder económico convenía
que se enfrenten Ollanta y García, con la idea que gane García (en ese entonces
Ollanta era un rojazo empedernido) y así
sacrificaron a su propia correligionaria ideológica. Si las elecciones del 2006
no hubieran sido manipuladas, aprovechando ese estrechísimo margen, tal vez
Ollanta ya hubiese sido Ex Presidente (periodo 2006-2011). El desengaño y la
decepción para el pueblo peruano ya hubiese pasado hace buen tiempo. Hoy, por
su parte, Maduro tiene que ser mas duro, tanto de su país como con la de
América Latina. Entones, la esperanza de los pueblos en una nueva sociedad, con
nuevo modelo económico, que no sea el neoliberal, sigue
latente.///////////////////////////////////////////// Escrito: 25 de abril del 2013.
2 comentarios:
No hay nada mejor, que la verdad bien dicha, o en este caso, bien escrita...
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