Por Rocío Silva Santisteban
Al igual que ustedes, ultraocupados lectores, somos muchos los que no
entendemos qué sucede adentro de la
COP 20. Por ejemplo, ¿por qué la presencia de las grandes
empresas petroleras (Shell, Chevron, Texaco) es tan participativa?, ¿es
auténtico el interés de estas empresas por reducir las emisiones de carbono y
cabildear frente a los Estados?, ¿es cierto que la geoingeniería propone
soluciones tecnológicas a la resistencia de los Estados miembros por reducir
las emisiones?, ¿es cierto que en su presentación la Shell , por primera vez en
años, estuvo de acuerdo con lo propuesto por el comité de científicos y
plantearon como solución la CCS ?,
¿qué diablos es la
CCS-Carbon Capture and Storage?, ¿por qué le interesa tanto a
la Shell ?
Hay algo que sí debemos conocer con certeza como miembros de
este planeta: quiénes son los responsables del cambio climático. Eso lo podemos
contestar: las corporaciones, los Estados miembros, los funcionarios de
Naciones Unidas y el sistema cuyo objetivo es, sobre todo, crecer infinitamente
y depredar cuanto se pueda. Para contrarrestar las emisiones de carbono de los
países super-industrializados hay varias corporaciones e instituciones que
están buscando varias soluciones. Obviamente soluciones que no implican reducir
la emisión de gases. Aquí solo mencionaré dos: la CCS y REDD.
La geoingeniería, que es un campo de la ingeniería cuyo
objetivo es la manipulación del clima a gran escala con “efectos globales”,
está investigando sobre varias propuestas para controlar las emisiones de carbono.
Una de ellas es la CCS ,
es decir, capturar el dióxido de carbono del aire o cuando es extraído junto
con el petróleo y almacenarlo debajo de la tierra. Este sistema, absolutamente
caro, está siendo utilizado en Alemania y Australia, pero requiere de
subvenciones de los Estados pues, económicamente, no es viable. Se puede
producir una reducción del 90% de gases en el proceso de extracción del crudo,
pero si la OPEP
baja sus precios, la CCS
es imposible. Al parecer eso es algo que se está negociando dentro de la COP 20 porque, como dice la Shell , “el apoyo de los
Estados es indispensable”.
Por otro lado, REDD (Reducing Eviction Deforastation &
Destruction) es lo que el Minam ha propuesto como parte de la política del
Estado peruano y no es otra cosa que el mercado de bonos de carbono. Se trata
de convertir la función de “guardar el carbono” dejando de talar los bosques en
un commodity (mercancía). Por lo tanto, que tenga precio. De esta manera, los
Estados que calientan el clima con sus emisiones de CO2 compran el carbono fijo
en nuestros bosques para “paliar” su depredación. Noruega, por ejemplo, ha
firmado un convenio con el Perú por 300 millones de dólares dentro de este
marco. El Perú se compromete a no deforestar.
¿Cuál es el problema? REDD permite que se sigan emitiendo
gases en el norte, comprando carbono en el sur, esto es, un “permiso para
contaminar pagando”. Todo sigue igual solo que el sur se gana alguito. Por otro
lado, REDD podría poner en peligro la titulación y posesión de los bosques de
parte de los pueblos indígenas porque se les prohíbe cazar, cultivar, hacer
fuego, cocinar, etc. Como dice la institución Friends of the Earth “[REDD] se
está desarrollando como un mecanismo que tiene el potencial de exacerbar la
inequidad, produciendo grandes ganancias para las empresas y otros grandes
inversionistas y generando pocos beneficios e incluso grandes desventajas para
los Pueblos Originarios”.
Por eso, en buena cuenta, lo que se dialoga dentro de la COP 20 es el capitalismo verde
porque, como Midas, todo lo que toca lo convierte en mercancía.
Publicado en Kolumna
Okupa de La República , martes
09/12/2014
¿Qué
esperábamos y qué esperamos de la
COP 20?
Por Carlos Monge
El Perú es
anfitrión de la COP
20, el evento anual mundial sobre el estado del cambio climático y la lucha
contra el calentamiento global. Miles de representantes de gobiernos y de
organismos multilaterales, líderes empresariales y activistas de sociedad civil
de todo el mundo, ya están llegando a Lima para participar oficialmente, para
hacer lobby en los pasillos, o para presionar desde la calle y los medios de
comunicación.
El Perú –como
anfitrión de la COP
20- debería haber dado ejemplo de cómo se fortalecen las instituciones
ambientales y como se asumen políticas firmes para mitigar nuestras emisiones
de gases de efecto invernadero, para ayudar a los miles de afectados a
adaptarse a las consecuencias del calentamiento global, y para proteger
nuestros sumideros de carbono y nuestras fuentes de agua.
Lamentablemente, lo
que tenemos para enseñar al mundo son cuatro paquetes de medidas que debilitan
la institucionalidad ambiental para favorecer las inversiones privadas, una
Estrategia Nacional ante el Cambio Climático que no tiene políticas ni metas
vinculantes, un Plan Nacional de Diversificación Productiva que considera que
las regulaciones ambientales son un sobrecosto que hay que eliminar, y normas y
prácticas de criminalización de la protesta social cada vez más duras.
El Perú también
debería haber liderado un reclamo de que los países más contaminadores de ayer
y de hoy y que las corporaciones que lucran con la actual situación, acepten de
una vez por todas la necesidad de acuerdos globales vinculantes para parar ya
la emisión de gases de efecto invernadero.
Pero parece ser que
el Gobierno del Perú lo que busca es más bien facilitar acuerdos a los que los
países del norte y los emergentes y las corporaciones quieran llegar: metas
vagas, acuerdos no vinculantes e impulso solamente a aquellas acciones de
mitigación, compensación o adaptación que se puedan convertir en negocios
corporativos en el mercado.
Y todo esto, por
supuesto, en el marco de la continuidad de un modelo primario exportador
sustentado en la extracción de recursos naturales (minerales, petróleo, gas)
con grave riesgo para las fuentes de agua (páramos Andinos y cabeceras de
cuenca) y para nuestro gran sumidero de carbono (la Amazonía ).
Todo indica que el
resultado de la COP
20 no será el que se necesita para que la COP 21 (Francia 2016) reemplace al fracasado
Protocolo de Kyoto con acuerdos globales vinculantes que realmente logren parar
el calentamiento global.
Aunque hay una
esperanza: que la calle hable fuerte y claro, que decenas de miles marchen y
griten y exijan. Solo así puede ser que esta COP 20 valga la pena.
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