IMPRESIONES CAJAMARQUINAS
Wilfredo Ardito Vega
-¡Cúidate! –era
la frase que más me repetían mis amigos cuando sabían que estaba viajando a
Cajamarca, como si me estuviera dirigiendo a una región en guerra.
Pese a todas las advertencias, encontré una ciudad muy tranquila y
apacible. De hecho, regresando después de tres años, me pareció más
bella que nunca. Las majestuosas casonas lucían muy bien pintadas, con
ocasionales carteles muy discretos, a diferencia de los chillones letreros en
inglés que arruinan el panorama en Cusco o Arequipa. De noche, la
especial iluminación resaltaba el recargado barroco de la Catedral, San
Francisco y el complejo Belén. En este último caso, por
primera vez pude ingresar a la iglesia y quedarme extasiado con una cúpula
llena de cariátides, única en el mundo.
Subí hasta el
cerro Santa Apolonia, desde el cual se divisa toda Cajamarca. Había allí
muchos excursionistas y estaban también repletos los restaurantes tradicionales
como el Salas o el Zarco, donde me reencontré con el riñón saltado, aproveché
el consejo de probar el chupe verde y me aventuré con los sesos a la romana.
En la Plaza de
Armas, por momentos vi tres o cuatro policías, que no llevaban ni cascos ni
escudos, como se ve en la plaza de Lima. No había mayor resguardo
policial ante la Municipalidad, la Corte Superior o algún otro edificio
público. Debo precisar que, días antes de mi llegada, el Ministerio
del Interior había removido al coronel Jaime Gonzales Cieza bajo cuya gestión
la policía cometió terribles abusos contra la población.
Sin embargo, las
heridas siguen abiertas... literalmente. En el atrio de la iglesia
de San Francisco, varias personas organizaban la rifa de un becerro, para
cubrir los gastos de la operación de dos campesinos heridos en Celendín.
Me informaron que intentaban también ayudar a Elmer Campos, quien desde
noviembre quedó parapléjico a consecuencias de los disparos de la policía.
-Ahora él ya se
puede sentar –me explicó una profesora –pero tiene que ser otra vez operado, no
sabemos si en Lima o en el extranjero.
Me mostraron una
carta, supuestamente escrita desde el cielo por César Medina, el chico de 16
años muerto por la policía el 3 de julio, que invocaba a la paz y la
solidaridad con las víctimas.
-Es una curiosa
forma de recordarlo –comenté.
-Era mi hermano
–me dijo entonces una niña delgada unos doce o trece años y yo me quedé sin
habla.
No sabía qué
decirle respecto a por qué César había tenido una muerte tan absurda e injusta,
que tantas personas han ignorado o preferido ignorar.
Pese a todo,
notaba a ella y a las demás personas en la iglesia bastante tranquilas,
ocupadas mas bien en las tareas que tenían que enfrentar. Me pareció que
la fe religiosa les permitía sobreponerse y le daba un sentido especial a lo
ocurrido. De hecho, me pareció que muchos campesinos sentían que las
lagunas eran un regalo de Dios y, por lo tanto, el proyecto Conga era casi un
sacrilegio. Ante esta convicción, de nada sirven ni la expectativa
de beneficios económicos ni las amenazas.
Durante esos días
pude conversar con cajamarquinos que venían de lugares muy distantes, como los
awajún de San Ignacio, quienes tienen un largo enfrentamiento con una empresa
minera. Mucho más cerca, en Bambamarca, los ríos han quedado deteriorados
permanentemente por la minería informal.
Supe también que
las Municipalidades Provinciales de Santa Cruz y San Ignacio han promovido
Ordenanzas para declarar intangibles las cabeceras de cuenca, pero el Ministerio
de Energía y Minas ignora estas decisiones, profundizando los
conflictos. Por ello, el descontento de la población va más
allá de lo que puedan promover el Presidente Regional Gregorio Santos o
Wilfredo Saavedra.
Mi impresión
también es que los medios de comunicación limeños han generado una
estigmatización de la población cajamarquina, como en décadas pasadas ocurrió
con los ayacuchanos, mostrándolos como seres violentos e irracionales. El
efecto más negativo de esto es que el Presidente del Poder Judicial, César San
Martín, promulgó en mayo la Resolución 096-2012-CE-PJ, por la cual los delitos
vinculados a los conflictos sociales deberán ser juzgados en Chiclayo, como si
la condición de cajamarquino fuera una traba mental para que un magistrado o un
fiscal puedan desempeñar su rol.
Gracias a esta
decisión, las investigaciones fiscales por las muertes de César Medina,
Eleuterio García, José Faustino Silva, José Antonio Sánchez y Joselito Vásquez
se encuentran paralizadas. En la misma situación se encuentran las
denuncias penales contra el coronel Gutiérrez y los demás responsables de los
abusos policiales.
Probablemente,
Ollanta Humala, Juan Jiménez o César San Martín deberían visitar
Cajamarca. Encontrarían una tierra predominantemente pacífica,
donde las únicas muertes fueron causadas por los policías que envió el
gobierno. Quizás esto les comprometería para que el Estado
asuma los gastos de la curación y rehabilitación de los heridos y, en el caso
de San Martín, para ser coherente con su trayectoria de defensa de los derechos
humanos, debería derogar la Resolución 096, que tanto daño viene haciendo a la
búsqueda de la justicia.
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