Sociólogo:
Avelino Zamora Lingán
El hecho que alguien le diga a usted o
que usted le comente a alguien, por ejemplo “Fujimori, Alan García, o ese
alcalde o Presidente Regional robó pero
hizo obra” es una abierta y descarada apología a la corrupción, porque lo que
está diciendo es que no importa que la
autoridad robe con tal que haga alguna obra. Que le digan por ejemplo, el
alcalde “X” a sobrevaluado los costos de la carretera, y usted le responde “sí,
pero la carretera está muy bonita y estamos contentos y felices; o también: si
usted le comenta a alguien “el alcalde tal
o cual está robando a través de la obra de la plaza de armas”, y ese alguien le
replica diciéndole “si pero la plaza de armas ha quedado muy hermosa; o “en el
coliseo multiusos hay claros indicios de corrupción y luego le contestan “si
pero ahora ya vamos a contar con un gran
coliseo; y así sucesivamente podemos ir describiendo muchos casos sobre comentarios
apologistas a los hechos de corrupción. Del mismo, modo, cuando alguien, por
ejemplo, un ingeniero, teniendo una posición económica paupérrima, es decir muy
pobre, de pronto le liga una gran obra, con varios millones de soles o dólares,
y de pronto ese ingeniero resulta con buenas casas, buenos carros, obtenidos no
de manera honesta sino mediante actos de corrupción: sobrevaluaciones, coimas,
diezmos, malversaciones, etc., etc. la imagen colectiva sobre ese personaje no
es de censura sino de halagos, felicitaciones, admiraciones. “Mira, como ese
ingeniero lo ha sabido hacer”, “mira ese ingeniero no es zonzo”, entre otros
comentarios que van en ese mismo sentido; pero que indudablemente son clara
apología a la corrupción. Asimismo, en estos días se observa que muchos cajamarquinos
alquilan, prestan o ceden sus fachadas de sus viviendas para que un partido
político, color naranja, cuyo líder institucionalizó la corrupción en el país,
y que ahora está preso. Probablemente exista un pago o regalía por eso; pero
este hecho también constituye una
abierta apología a la corrupción y, tal vez, hasta cierta complicidad. “Que
importa que el fujimontesinismo haya robado, corrompido y violado derechos
humanos, con tal que paguen por hacer sus pintas, cediendo mi fachada no he
perdido”, tal parece ser la concepción de estas personas que no tienen
conciencia o no la quieren tener.
Lo más grave es que la apología a la
corrupción a través de nuestros comentarios o conversaciones cotidianas se
reproduce y lentamente se va consolidando como parte de nuestra cultura, parte
de nuestros patrones de comportamiento social, y cuando esto sucede quiere
decir que la hemos aceptado socialmente. Por, ejemplo, el niño o el adolescente cuando le pregunta al
padre o a la madre ¿Por qué en la escuela muchos niños hablan que Fujimori,
Toledo o Alan García han robado?; la réplica de los padres es: “no le hagas
caso hijito: Fujimori robó, pero combatió al terrorismo”; “Toledo Robó, pero
fue buen presidente”; “Alan García Robó, pero ha hecho buenas obras, “tal o
cual alcalde robó, pero hizo la carretera a nuestro caserío”; etc. Ese niño o
ese adolescente va fijar esas respuestas apologistas de la corrupción en su
mente; de tal forma que por alguna circunstancia del destino ese niño o ese adolescente
llegue a ser alguna autoridad, existe una altísima probabilidad que sea un
corrupto, porque sus padres le dijeron o le inculcaron que “en este país, no
importa que se robe, con tal que se haga obra”.
Dicho esto, entonces, ya estaremos de
acuerdo en que, sin pecar de pesimistas, el problema de la corrupción en este
país y en cualquier otro, es más complejo de lo que creemos, y combatirlo o
erradicarlo lo es mucho más aún. Y, esa complejidad proviene precisamente
porque el pueblo no supo reaccionar oportunamente y en lugar de ello, mas bien
lo ha convertido en parte de su “modus vivendis” (modo de vida) o mejor dicho
lo ha convertido en parte de su acervo cultural. Hoy, el cáncer de la
corrupción está en su fase terminal, está para que el “paciente”, que es la
sociedad, sea llevado de urgencia al quirófano, aunque con un enorme riesgo que
sea vencido por ese “cáncer” llamado corrupción.
Si optamos por describir los hechos
concretos de gran corrupción probablemente demandaría de muchas horas y hojas
de papel, más aún si lo hacemos retrocediendo hasta los inicios de nuestra vida
republicana, pero creo que no es necesario, todos sabemos que el proceso de
corrupción es una cosa cotidiana, permanente y que corrupción es corrupción,
sea por el hecho de robar un sol o por robar miles de millones de soles. No
obstante, debemos hacer alguna aclaración: el hecho de robar un sol, una
cartera, un celular o una gallina puede ser
por necesidad de sobrevivir, en una sociedad a la cual sus gobernantes
permanentemente viven empobreciéndola, con sus políticas neoliberales
excluyentes; en cambio aquel que ocupando un alto cargo público y, por
ello, percibiendo jugosos sueldos, y aún así se corrompe por dinero ese hecho
es un crimen que debe tener todos los castigos posibles: moral, político,
económico, social, y porqué no decirlo hasta castigo físico. Sin embargo, lejos
de ello, lo que la población observa, de manera pasiva e impotente, es que a los
corruptos de alto vuelo más bien se los premia eligiéndolos o reeligiéndolos
para que sigan gobernando. En la región Cajamarca, hasta hace poco más de 20
años la palabra corrupción era muy poco utilizada en la comunicación popular,
aunque tal vez practicada de una manera aislada, y velada, poco difundida.
Pero, una vez que llega la transnacional minera, quien no vino sola sino con
muchos millones de dólares, gran parte de ellos, para corromper, entonces el
mal esporádico, casi aislado, de la corrupción, se convirtió en “cáncer” el
cual penetró al “organismo” llamado Cajamarca, y lo fue corroyendo
inexorablemente hasta el día de hoy, en que ya es muy difícil de combatirlo.
Lamentablemente, ese “cáncer” se propagó por todas las partes del organismo,
vale decir, casi todas sus instituciones, grandes y pequeñas; urbanas y rurales:
gobierno regional, gobiernos locales, prensa, poder judicial, fuerzas armadas y
policiales, en fin, todo cuanto es contactado por la transnacional, se contagia
del temible mal de la corrupción. Y, ¿la población? tal vez, anonadada por el
ofrecimiento de un falso desarrollo y “fuente de empleo” permitió que el
“cáncer” de la corrupción siga carcomiendo las entrañas de nuestra bella y
dormida Cajamarca. Las consecuencias de nuestra dejadez lo estamos viviendo
ahora: contaminación de nuestros suelos agrícolas, del agua; destrucción de las
fuentes de agua, desintegración social, o sea conflictos entre cajamarquinos,
corrupción, indiferencia de muchos y desesperación de la gran mayoría, porque
sentimos que nos estamos quedando sin nuestro líquido vital; y las autoridades,
como siempre, indiferentes; al contrario, a lo que se dedican es a seguir
otorgando permisos y concesiones; también se dedican a lo que se acostumbraron
desde que entró la transnacional, tal como lo estamos observando ahora con los
famosos tres consejeros regionales, prototipos de las autoridades con espíritu
de Felipillo y de mendigo, a estirar la mano para que la transnacional les aceite
la mano con algunos millones de dólares, disqué para obras y proyectos, pero
más para que realicen sus campañas electorales, consolidando, así, una mayor
dependencia de la minera. A tal punto a
llegado ese nivel de mendicidad de autoridades, que la relación construida
entre ellos es más una relación padre – hijos, donde obviamente “el padre” es
la minera y “los hijos” son las autoridades. Pero, el pueblo también está
en ese mismo camino, de relación padre- hijos; el padre, la minera y los hijos,
la población; que incluye la mayoría de periodistas, y si es una relación
paternalista, es natural que de vez en cuando, o toda vez que los hijos se
portan mal, reclaman, protestan, el padre le da sus caramelos (engaños con
cocinas mejoradas, algunos regalos como vacas, ovejas, pintado de alguna
escuela, pasaje para algunos docentes, ayudas para festividades, etc.); pero, también, le da sus castigos
(represión policial, persecuciones, procesos judiciales, asesinatos, etc.,
etc.) Es un padre que muy bien aplica ese viejo principio “en una mano la miel
y en otra la hiel”. Es duro decirlo, pero esa sería nuestra realidad.
Finalmente, se nos avecinan las
elecciones para cambiar autoridades locales y regionales, es decir, hemos
entrado a un escenario electoral. Y, aquí también la corrupción se erige como
una protagonista más. Candidatos que cual magos disponen de millones de soles
para afrontar campañas electorales a base de regalos y prebendas. En este
contexto, la competencia no es entre ideas, iniciativas y propuestas de desarrollo
para la región; sino, la competencia, es estrictamente económica. ¿Podrá
competir algún candidato que no disponga de recursos económicos, ni siquiera
para hacer una pinta en una fachada cajacha; pero, si suficientes propuestas,
ideas iniciativas de desarrollo regional? Tal como se está observando es
imposible. Es más. Ante la lluvia de millones para emplearlos en regalos, y
dádivas a los electores a cambio de votos, las buenas propuestas salen
sobrando. Una forma más de consolidar el
proceso de corrupción y, con ella, la cultura de la corrupción. Y, cuando ello
sucede, la honradez, la honestidad y la transparencia salen sobrando y, en una
sociedad donde la mayoría son corruptos o hace apología a la corrupción, los
honrados y los honestos son los malos.
Escrito:
24 de mayo del 2014
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